Jeremías 20, 7-9; Salmo 63(62); Romanos 12, 1-2; Mateo 16, 21-27
Rubén Darío García Ramírez, Pbro.*
LA PATRIA | MANIZALES
¿Cuántos años piensas vivir? ¿Cuáles son tus sueños o ideales? ¿Qué deseas alcanzar en tu vida? ¿Para qué vives? ¿Cuál es tu finalidad? ¿Qué sentido tiene tu existencia? Me imagino que te habrás hecho estos interrogantes, o a lo mejor es la primera vez que piensas en ellos. Es importante parar un poco el frenesí de la semana, replegarte en ti mismo o en ti misma y reflexionar en lo que estás haciendo, porque es posible que tu vida se haya convertido en una rutina, en un repetir actividades, ritmos, que al final te dejan un sentimiento de vacío, un ‘no sé qué’ que no te deja del todo ser plenamente feliz.
Es por esto por lo que la Palabra de Dios viene a ayudarte. Ella te pregunta hoy: “¿De qué te servirá ganar el mundo entero, si arruinas tu vida? Porque... quien quiera ganar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará” ¿Qué pueden significar estas expresiones, de alguna manera extrañas a nuestros oídos? Conviene revisar tres aspectos de tu ser: el yo, los afectos y los bienes. Puede ser que le ‘estés pidiendo la vida a uno de ellos’; así: al Yo podrías pensar que tú eres el más importante sobre la tierra, nadie existe más que tú, eres indispensable, sin ti nada sale bien, incluso, nadie podría hacer las cosas como tú las haces, ¡es necesario absolutamente que tú las hagas! Le estás pidiendo ‘la vida’ a tu Yo, a tu ser, a tus propias fuerzas, tienes miedo a morir y te aferras al reconocimiento, al aplauso, al prestigio, porque allí crees encontrar la vida, la felicidad. Sólo que te das cuenta que también esto pasa. Cuando tienes poder, muchos se acercan, te hacen fila para que los atiendas, el celular no se detiene, las llamadas abundan, los medios de comunicación te absorben, ¡eres importante…! Termina el tiempo del ‘poder’ y descubres que ya nadie te busca, el celular no suena, los medios no te tienen en cuenta, todo pasa. Buscaste allí ganar tu vida y… la perdiste. Experimentas entonces vaciedad, frustración, desolación… quisiste ganar tu vida y ¡la perdiste!
De igual manera si revisas tus afectos. Le pides ‘la vida’ a tu esposo, a tu esposa, a tu hijo, a tu hija, a tu jefe, a tu compañero, a tu compañera de trabajo, a tu mejor amigo, a tu mejor amiga, a tu novio, a tu novia. Has notado que el apego y la posesividad, hacen nacer los celos, las envidias, los resentimientos. Se controla la vida, se manipulan sentimientos, se pierde la libertad. Comienzas a ver que amar es otra cosa, es alegría, gozo en la relación. ¿Cómo no vas a estar feliz si el otro es feliz? Quieres ganar tu vida en los afectos, pero cuando menos los piensas, llega el cansancio, la infidelidad, el desamor y… pierdes la vida. De la misma manera cuando colocas tu seguridad en tu dinero, en tus cosas, en tus bienes materiales… descubres que ellos no te dan la felicidad… ¡perdiste la vida acumulando sin saber para quién: “Necio, hoy te pedirán la vida, lo que tienes ¿para quién será?”
Cuando encuentras el tesoro escondido, es decir, “la relación” con Cristo, que te enseña el ‘morir’ al Yo, el verdadero amor a tu prójimo, la providencia en todo lo que haces y la confianza absoluta en que tienes un Padre que no te abandona nunca, entonces aprendes a “perder la vida”, sirviendo sin interés, despojándote de ti mismo (a) hasta en el tiempo para los otros, colocando la confianza en este solo Padre que te ama: y el dinero ocupa su lugar, entonces… llegas a comprender que: “Quien pierda su vida por Mí… la ganará!
* Miembro del Equipo de Formadores en el
Seminario Mayor de Manizales
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