Sabes que muchas veces tú te sientes con derechos sobre Dios y hasta llegas a pensar que si haces algo ‘religioso’, Dios ‘tiene’ que acceder a tu voluntad. Decimos: ‘le he pagado —a Dios— cuatro misas para que me consiga trabajo’; le he prendido todos los días una velita para que me pueda ganar el chance de fin de semana; le he asistido a misa, le he dado dinero a los pobres. En otras palabras nos creemos buenos y por lo mismo “podemos pasarle la factura a Dios al final de la jornada”.
Esta manera de pensar tiene un sabor a negocio con Dios: do ut des (doy para que me des). Por ir a misa, le hemos hecho un favor a Dios, y debemos recibir la paga. Esta mentalidad corresponde a la religiosidad. En ella, nosotros ponemos a Dios a nuestro servicio. Creemos que Él está ahí sólo cuando tenemos alguna necesidad grave. Así no es la fe. Ésta, consiste en ‘ponerme-yo- al servicio de Dios. No le paso factura al final de la jornada; por el contrario, le firmo un cheque en blanco, para que Él coloque la cantidad que quiera, pues descubro su gratuidad, su donación sin reservas, su amor sin límite. La fe es buscar a Dios no ya por lo que Él me dé, sino por lo que es Él mismo, por su amor. Por la fe, puedo entrar en la enfermedad, en la vejez o en la muerte, sin renegar de Él como Padre y sin aplicarle la responsabilidad de mis situaciones desfavorables. Extrañamente, comienzo a ver bendición y oportunidad de crecimiento en cada acontecimiento límite de la vida: un dolor, una pérdida de un ser querido, un infortunio, etc.
Hoy la Palabra de Dios nos ayuda a ver con mayor profundidad esta realidad que va más allá de nuestros ojos. En la lectura de Isaías Dios dice al ser humano: “Mis pensamientos, no son tus pensamientos, tus caminos no son mis caminos”. Podríamos traducir: “tu manera de pensar no es como la mía, tu manera de ver es distinta a la mía”. A lo mejor tú tienes una imagen de Dios ‘justiciero’ y tu justicia está basada en darle a cada uno lo que le corresponde. Sólo que en el Evangelio de hoy vemos a un ‘dueño de la viña’ pagando a sus jornaleros el ‘mismo denario’ aunque algunos hayan trabajado sólo una hora y los otros todo el día. A nuestros ojos, este es un patrón injusto, debería pagar más al que trabajó más.
El centro del mensaje está en el versículo 15 del Evangelio: “¿No puedo hacer lo que quiero de mis bienes? ¿o has de ver con mal ojo que yo sea bueno? Aquí se ve realmente cómo es Dios: misericordioso hasta el extremo (Lc 15): no nos trata como merecen nuestros pecados, es lento a la ira y rico en piedad. Sus pensamientos no son justicieros como los nuestros. Su camino ha sido su Hijo en la cruz (es imposible pagar una misa), totalmente distinto a nuestros planes; su actuar nos escandaliza, su manera de amar es inaceptable, es una locura. Si nos ‘creemos buenos’, es decir, sin necesidad de Dios, somos como los primeros obreros que terminan murmurando —a causa de su envidia— por la generosidad del padre con aquellos otros hombres necesitados del trabajo; corresponde a muchos fariseos del tiempo de Jesús y al mismo pueblo elegido, que se creía con peculiares privilegios ante Dios y con derecho a pasarle la factura. Está dentro de la posibilidad que aquellos a quienes tú señalas como últimos, lleguen a ser los primeros porque se sienten necesitados de Dios y se despojan de todo, hasta de sí mismos para que el Señor ocupe el lugar del Yo: “Ya no soy yo quien vivo es Cristo quien vive en mí”.
Miembro del Equipo de Formadores en el
Seminario Mayor de Manizales
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