Lo hicimos aquí, en Manizales, la primera bienal latinoamericana. Fuimos capaces de convocar aproximadamente a mil personas, de las cuales, por lo menos 300, vinieron de países como Argentina, Uruguay, Chile, Ecuador, Perú, Bolivia, Brasil, Costa Rica, Panamá, Cuba, México, España y Finlandia para que juntos pensáramos a los niños, las niñas y los jóvenes desde la perspectiva siempre vigente de los Derechos Humanos, la democracia (eterna inconclusa) y las ciudadanías, en este gran escenario académico que es en lo que se ha convertido esta "Ciudad de las puertas abiertas".

Esta Bienal fue el resultado del trabajo serio y juicioso de académicos e investigadores de la Universidad de Manizales, el Cinde y el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Clacso; grupo al que se le unieron profesores de las distintas universidades que pertenecen al Sistema Universitario de Manizales, Suma.

Se escuchó una diáfana polifonía de voces soñando la vida de esta América Latina tan nuestra, tan de todos, ese mismo territorio que les dejaremos a nuestros niños, niñas y jóvenes. Podemos dar fe notarial de que no hubo un pensamiento, sino muchos pensamientos sintiendo desde lo más hondo las tensiones ideológicas, políticas, económicas y emocionales que se manifestaron no solo en los textos en más de 60 meses, sino también en expresiones artísticas. Estética y pensamiento fue lo que vivió Manizales la semana pasada. Y esto, justamente, es lo que no puede faltar, sobre todo en una ciudad que cuenta con la presencia de las universidades de Suma y que tienen un sello de alta calidad académica.

Se dijo con insistencia -y así se registró en el Manifiesto de la Bienal- que América Latina es un inmenso territorio de encuentros de diversidades; lenguas, religiones, tradiciones, etnias, todas expresadas de distintas maneras, con lógicas racionales diferentes que nos permiten igualmente ser diversos en miedos y en esperanzas. Quizás, digo, esto sea lo que nos está mostrando un camino de renacimiento: renacemos de las cenizas de nuestra propia diversidad; esa misma que ha sido mutilada cientos de veces por comportamientos racistas, machistas, militaristas, unanimistas. Me parece que este renacimiento nos faculta para decirle al mundo entero que los ciudadanos de América Latina somos mucho más de lo que nos han dicho que somos.

Esta Bienal de infancias y juventudes, nos permite negarnos a tener que elegir entre las dos opciones claras que los modelos económicos neoliberales nos han impuesto desde hace décadas: morir de hambre o de exceso irracional de consumo. Pienso que debemos resistirnos a dejar que nos impongan una verdad única, una dictadura del pensamiento. Aceptar esto sería negar nuestra esencia, nuestra naturaleza, no solo personal, sino institucional. Una universidad es por excelencia diversa, múltiple, pluricultural, polifónica. Mi noble oficio de profesor me impele a reconocer que América Latina es muchos pueblos. Esto lo digo a pesar de que somos un continente no solo muy desigual, sino muy inequitativo.

Quedé con la sensación de haber participado en un escenario académico y estético que, si no es exagerar, lo podríamos ver como una especie de exorcismo colectivo en el que conjuramos todos nuestros demonios, y buscamos acabar con ese sentimiento de impotencia, producto del miedo que nos han metido hasta los huesos, y que nos repite sin cesar que no se puede. De la mano de nuestros ilustres huéspedes y de nuestros profesores e investigadores de la ciudad y de la región pudimos decir "¿se dan cuenta que sí podemos?" Sí es posible acabar con la impotencia y el miedo, con la desesperanza y el olvido.

Esta Bienal, como lo dijo nuestra siempre muy querida Sara Victoria Alvarado, "Toya", es una clara invitación para que nos enredemos de manera seria y responsable, "articulando voluntades y potenciando capacidades para trabajar juntos en mejorar la calidad de vida de los niños, las niñas y los jóvenes de nuestra América y el mundo que habitamos".