Es evidente que no se hacen para mantener a las personas adentro, como una medida de supuesta protección, sino para mantener a la gente afuera. Son muros, altas y largas paredes que dividen, que separan, que excluyen… Por obvias razones históricas proponer levantar un muro en estos tiempos no es nada nuevo. Cabe la historia: el emperador Publio Elio Adriano ordenó levantarlo entre los años 122 y 132, con una extensión de mil kilómetros (80 mil pasos de ésa época), de mar a mar, para defender el territorio britano de las bárbaras tribus de los pictos. El emperador adujo que era necesario proteger la estabilidad económica y fomentar la paz en la provincia romana de Britannia.
Insisto en que no creamos que es una idea novedosa la del presidente Trump, cuando dice que levantará un “bello muro” de unos 3 mil 200 kms de largo, en la frontera entre EE.UU. y México, con la idea de frenar el ingreso de inmigrantes. De hecho, fue George W. Bush quien sancionó una ley que permitía una construcción de una extensa cerca (700 millas), a lo largo de la frontera mencionada. Quizás la novedad esté en que dijo que hará que los mexicanos paguen por esta construcción.
Doblemente grave la postura del nuevo mandatario de los EE.UU. De materializarlo, se sumarían a los ya existentes muros: Cisjordania, que divide a israelíes de palestinos; Irlanda del Norte: desde 1969 se inició con el propósito de separar a católicos de protestantes en Belfast; las Naciones Unidas, en 1991, construyeron un muro dizque para evitar probables invasiones de Irak a Kuwait; en Brasil, el gobierno de Río de Janeiro, inició el levantamiento de un muro alrededor de las favelas (hay quienes dicen que buscan esconder las zonas de pobreza que allí perviven). Y hay muchos otros, infortunadamente.
Por supuesto que no hay lugar a dudas que estos muros se levantan por gobiernos que quieren parecer como si estuvieran creando políticas públicas que controlen las migraciones. Pero, realmente, no solucionan nada. Muchos inmigrantes dicen que entre más muros levanten, más túneles hacen; la creatividad les permitirá salir al otro lado del muro, así sea de forma dramática.
El asunto es que así no se construyen ni se consolidan las democracias. Muchos ciudadanos en el mundo abogamos por sostener sociedades abiertas, plurales, diversas; en las cuales el cumplimiento de los deberes y la defensa de los derechos humanos sea factible cumplirlos; en donde los ciudadanos aprendamos a controlar el poder desmedido y cruel de quienes mal gobiernan.
Los muros no solo separan, excluyen, sino que desconocen a los otros, los destruyen como sujetos, como personas. Y esta voluntad irrazonable de levantar muros, lo que está dejando ver realmente es la incapacidad de gobernar. Cuando lo que impera en un gobernante es que sus emociones priman sobre la razón, así aquellas estén disfrazadas de altruismo, el resultado es un aumento de las violencias. Si las emociones sustituyen a la razón, se convierten en una herramienta peligrosa para la libertad y la democracia.
Y eso pasa cuando se elevan hacia los cielos kilómetros de muros: se construyen sociedades cerradas, dogmáticas, tribales, que incitan a las violencias, porque los ciudadanos no quieren resignarse a ver cómo sus derechos chocan con las piedras y los alambrados.
Me parece que lo hay que procurar es diseñar sociedades en donde los ciudadanos sean libres y conscientes de que son autores de su propio destino; seres solidarios y leales, respetuosos de sí mismos y de los demás; seguros de que no necesitan encontrarse con muros que les recuerden sus propios límites.
Pensamiento crítico y autónomo para derribar muros y construir sociedades abiertas es lo que necesitamos.
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