Dije en mi última columna que "la vida de un solo secuestrado es responsabilidad de todos." A esta expresión, hoy, le añado que la vida del periodista estadounidense James Foley, decapitado por un militante del movimiento Estado Islámico, es responsabilidad de todos. Al igual que de la vida de los palestinos y de los israelíes; y de las víctimas del conflicto armado que sufrimos en Colombia desde hace ya más de 50 años también lo es. Por eso, el asunto es de extrema complejidad y me parece que debemos asumirlo con la más absoluta seriedad y rigurosidad.
Desde la academia, quizás debamos preguntarnos por la manera como se relacionan educación y violencias (así en plural): ¿existen vínculos reales, es decir, de prácticas sociales cotidianas, entre las violencias institucionalizadas y la educación como ese gran sistema institucionalizado de transmisión y producción de saberes? ¿Cómo comprendemos y explicamos, quienes nos dedicamos a la docencia en las universidades, que el modelo económico nuestro trae consigo toda una carga histórica de violencias institucionalizadas? ¿Cómo les explicamos a nuestros estudiantes, futuros profesionales, la ejecución pública del periodista Foley -y de muchísimos otros- por encapuchados yihadistas? En su rechazo, el presidente de los EE.UU, manifestó que "ninguna religión enseña a masacrar inocentes…" Pero, ¿qué es lo que estamos enseñando realmente? ¿Será que estamos tan metidos en mostrarles a los discentes solo lo disciplinar, y no estamos conectando esto con lo que está pasando en la vida diaria de los ciudadanos y las sociedades o culturas? Y si es así, entonces, ¿de qué educación estamos hablando en las universidades?
No creo que nos convenga echar en saco roto que, por un lado, el modelo económico que nos envuelve corresponde a una estructura de poder que termina por limitar algunas libertades individuales y colectivas; por otro lado, que la educación permite preservar y estimular el patrimonio científico, tecnológico y cultural de los pueblos; por lo tanto, deberíamos verla como una herramienta estratégica tanto en la legitimación como en la deslegitimación de los sistemas de dominación sociales reales; y, por último, he aquí mi mayor temor, que en la actualidad la educación (sobre todo la universitaria) parece constituir un sistema institucionalizado que responde a ciertas ideologías y que cubren hasta los sistemas de producción.
Y lo presento como una gran preocupación porque a veces siento que el mercado tiene las riendas de la educación, y no como debiera ser, que la educación tenga las riendas del mercado, es decir, que de verdad la educación terciaria fuera el gran faro de realidad, el hacedor del mercado. En este sentido, si fuéramos capaces de verla y proceder en este marco de actuación, quizás pudiéramos organizar grandes debates en los que podamos vincular nuestras disciplinas académicas con lo que está sucediendo en el mundo. ¿Cómo me afecta a mí, como abogado, médico, geólogo, matemático, ingeniero, psicólogo, antropólogo, doctor en…, el cruel asesinato del periodista Foley, y de todos aquellos que mueren a manos del fanatismo y el fundamentalismo?
Si, como lo dije, las universidades somos faro de realidad, ese gran espejo del conocimiento, es porque nos sentimos capaces de convertirnos en una gran sociedad abierta en donde juntos develemos y deconstruyamos estos sistemas de dominación, y construyamos un pensamiento crítico que nos permita cuestionar lo que somos y lo que queremos ser. Tal vez así, nos demos cuenta de que la vida es responsabilidad de todos, no de cada uno, sino de todos.
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