A estas alturas de la vida, en la que muchísimos ciudadanos colombianos -para no citar sino nuestro caso, porque hay que decir que no nos sucede solo a nosotros- han sido víctimas de violencias siempre inesperadas, ya no sé si una de ellas, el secuestro, pueda ser denominado un flagelo, una calamidad, una epidemia, una plaga, una desgracia… Realmente no lo sé. Este hecho es tan denigrante que no parece ser posible encontrar cómo definirlo y registrar con ello el inmenso sufrimiento de quienes lo padecen.
Es necesario reconocer que en 60 años de estar sufriendo un conflicto armado en Colombia, éste acaba por determinar la vida de los ciudadanos, y no precisamente para lograr mejores niveles de vida; por el contrario, las desconfianzas y los miedos se apoderan del día a día. La cotidianidad se vuelve oscura, lúgubre, sombría, triste. Y esto es justamente, lo que les pasa a millares de ciudadanos que están secuestrados. No alcanzo a imaginar el sentimiento de inmensa soledad e impotencia que están pasando no solo los que lo viven en carne propia, sino sus familiares y amigos. No imagino, por ejemplo, por lo que están pasando Andrés Felipe Calle Valencia, el geólogo egresado de la Universidad de Caldas, y toda su familia. Todo indica que el Eln -que también está secuestrado- en la serranía del Perijá, departamento del Cesar, lo privó de manera ilegal de su libertad. ¿Por qué? Como siempre: no lo sabemos. No entiendo los motivos por los cuales a un hombre serio, honesto, que adelantaba un trabajo sobre riesgos geológicos que le había encomendado el Servicio Geológico Nacional y que estaba con algunos estudiantes, se le denigra de semejante manera. No creo que así se haga la revolución; por el contrario, así se acaba con los ideales políticos de lo que podría significar ser revolucionario, concepto que también está privado de su libertad.
Me parece que no solo la Universidad de Caldas debe exigir con vehemencia la liberación de Andrés Felipe -y por ende, la de todos los secuestrados-; sino que todos los ciudadanos deberíamos hacerlo conjuntamente. Y no estoy pensando solo en salir a la calle a marchar (práctica válida y legítima); pienso también en que ojalá pudiéramos aprovechar otras maneras de enfrentar las violencias, desde el arte, por ejemplo, convertir esta ciudad en un gran escenario estético que nos haga pensar a todos que debemos aprender a lograr altos niveles de convivencia, en los que podamos buscar alternativas de solución a los graves problemas por los que atravesamos.
No nos conviene olvidar que si bien las violencias son un horror, también forman parte de nuestro entorno. Estoy convencido de que por fortuna las escenas de muerte, de víctimas y victimarios, no son parte exclusiva del catálogo mediático y de las crónicas rojas; se han abierto espacios en museos y en foros urbanos con la idea de invitarnos a pensar sobre nuestras actuaciones en este baño de sangre y lágrimas que nos envuelve. Ejemplos de cómo ver las violencias desde el arte (Lacan, Freud, Valttimo, Paz…) nos han sido mostrados como traducciones estéticas que han impactado por la crueldad con la que es decodificada.
Yo le digo no a la neutralidad respecto de las violencias. Tomemos partido por la vida. Que la danza, el teatro, la poesía, la música… y la multiplicidad de colores y voces salgan a las calles de esta ciudad toda (no únicamente por la avenida principal), a exigir que Andrés Felipe y todos los secuestrados vuelvan a la libertad.
La vida de un solo secuestrado es responsabilidad de todos.
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