1,1 millones de personas murieron en el macabro campo de concentración implantado por el régimen Nazi, conocido como Auschwitz. Siete décadas después (el 27 de enero) se reunieron sobrevivientes y jefes de Estado para gritar un "¡Nunca más!" Y yo me pregunto: ¿Será que sí? Ojalá y así fuera. Sin embargo, debo preguntarlo, y con profunda preocupación, porque en los medios de comunicación en los últimos días hemos venido escuchando notorias manifestaciones antisemitas en Europa.
Hace pocos días se realizaron mortales atentados de yijhadistas franceses contra un grupo de periodistas del semanario de izquierda Charlie Hebdo y un supermercado kósher. Por algo el presidente Francois Hollande dijo que castigaría con todo el peso de la ley el racismo y el antisemitismo en su país. Tan solo en el 2014 se dio un aumento del 130% de agresiones físicas antisemitas, dato que registraron los medios de comunicación, suministrados por el Consejo Representativo de las Instituciones Judías en Francia.
Todavía más: los mismos supervivientes del Holocausto que estuvieron esta semana en Auschwitz, exactamente frente al Memorial de Birkenau, lugar en donde se realizó el exterminio, rememorando sus horrorosos sufrimientos, estaban muy preocupados porque consideran que podrían volver a pasar por un nuevo éxodo. Por supuesto, que nos hace temblar de miedo el recordar, por ejemplo, a Mengele y su selección del frío asesinato en masa, las cámaras de gas, los trenes de la muerte, la célebre e irónica frase puesta a la entrada del Campo de Concentración Arbeit Macht Frei ("El trabajo libera"), y la marcha de la muerte justo antes de la liberación. Liberación que por cierto, tampoco se debe olvidar no la hicieron quienes se precian de hablar de sociedades abiertas; la hizo el mismo Stalin, un malvado, que le dio a judíos, prisioneros de guerra, prisioneros políticos, gitanos y homosexuales, entre otros, la fortuna de volver a ver el sol.
Tengo la sensación de que quienes hablan del "¡Nunca jamás Auschwitz!", lo hacen pensando en que existen solo y exclusivamente dos mundos: uno abierto, y otro, el oscuro y cerrado, algo así como si dijeran todo es o blanco o negro. Los otros, los enemigos, los que no nos gustan, los diferentes, están en ese oscuro mundo. Pero la pregunta bien podría ser: ¿qué es lo que caracteriza al mundo abierto? ¿De qué se compone?, pareciera que su lema principal es "estás con nosotros o en contra, decídete y toma tu lugar." ¿A esto le llaman sociedad abierta, al hecho de que debemos pertenecer al rebaño de los que no preguntan, no cuestionan, no buscan en las márgenes? "Papá, el Rey está desnudo", "Cállate niño, que me comprometes".
Comparto: Auschwitz fue ciertamente espeluznante, escalofriante, aterrador; pero no creo que sea el sumo de la maldad. Para quienes profesan actos macabros el mal no tiene límites ni categorías. El que aboguemos porque no se repita otro Auschwitz, no nos da el derecho de que nos pongamos la credencial que nos identifique como los adalides de la superioridad moral. Por esto no puedo compartir esta fecha conmemorativa con un discurso soterradamente maniqueo, falso. Si la historia para algo nos sirve, es para no olvidar que quienes hablamos tanto de libertad y democracia, no debemos olvidar que hay otras lógicas en el mundo que son tan válidas y respetables como las nuestras. Cuando pregonamos que el Otro, el diferente es el enemigo, en nosotros ya está implantado el mal. Y esto es lo que realmente me preocupa. El mal está ahí, como la vejez, a la vuelta de cualquier esquina.
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