No de otra manera mejor se puede calificar la división que se ha formado en Colombia con el plebiscito, mediante el cual se permitirá a sus habitantes aceptar o no, los acuerdos entre el gobierno y los representantes de las Farc, logrados recientemente en La Habana en pro de una paz sólida y durable.
El gobierno, mejor dicho el presidente de la República Juan Manuel Santos, se ha lanzado a campo traviesa con la obsesión frenética de conseguir un Sí para que estos acuerdos se aprueben y se conviertan en leyes en las justas electorales, próximas a celebrarse.
Para Juan Manuel Santos ganar es vital. Es el sino de su vida. Obtener lo que ha llamado la paz, mediante acuerdos con las Farc es su única mayor obsesión, a la cual ha entregado todas sus facultades. Esa paz, que realmente no es paz integral, porque en primer lugar, solo la está consiguiendo parcialmente con esta guerrilla, ya que varios de sus frentes, los que manejan la coca y la minería ilegal entre ellos, se han declarado en disidencia. También está vivo y desafiante, el Eln que conjuntamente con otras bandas criminales, arrasan y destruyen la paz a lo largo y ancho de los cuatro puntos cardinales. La inseguridad, la extorsión y el secuestro, están latentes y crecen como espuma en campos y ciudades.
Pero eso no importa. Para Santos conquistar las Farc, con pertinencia y todo el aparato presidencial, la ha sobrevendido en el exterior. Durante sus continuos viajes ha visitado prácticamente a todos los mandatarios europeos y a los del hemisferio occidental, sin excepción, principiando por el presidente de los Estados Unidos en forma repetida. El éxito de estas convincentes visitas, ha sido total. Y en el interior del país ha sido generoso con la delincuencia guerrillera. Sin parar en mientes en la gravedad de sus crímenes, ha logrado que las dos cámaras con la fuerza política toda mermelada e íntegramente a su favor, le aprueben una legislación especial para estos criminales.
Crímenes nunca vistos en otras insurgencias que tanto se mencionan como ejemplo. Insurgencias que atacan solo a las fuerzas armadas y no como aquí que asesinan y violan a hombres y mujeres en forma horripilante.
Por todo esto existe un No que no acepta la gran impunidad que incluyen los acuerdos que se pretenden aprobar mediante el plebiscito. Esas doscientas noventa y siete páginas que contienen todo lo aprobado en La Habana, ahora repartidas, tienen para muchos un sabor izquierdoso. Ese sentido tan de izquierda del contenido de las doscientas noventa y siete páginas, conjunto de las normas que regirán el posconflicto, hacen clamar a muchos de lo cerca que estaríamos del socialismo del siglo XXI.
Una temperancia de todo este tratado y una unidad política para buscar la paz, que es la que anhelan todos los colombianos, hubiera sido el ideal. Pero los celos entre el presidente Santos y el expresidente Uribe, quien alienta el No, lo han impedido. Cartas y mensajes se han enviado, pero cuando el uno propone el otro se niega y viceversa.
El presidente Santos amenaza que si gana el No, hoy el más bajo en las encuestas, el proceso se consideraría fracasado. Y en ese caso el presidente tendría que dejar que las huestes guerrilleras regresaran al monte con sus armas, para que volvieran a sus andadas criminales, concentradas ahora en las ciudades. Jefes de las Farc se han pronunciado para contradecir al presidente, diciendo que si esto sucediera la Farc seguiría negociando porque ellos sí quieren encontrar la paz.
Tenemos entonces un presidente nervioso por una posibilidad de que el Sí perdiera una guerrilla tranquila ya sin él, sin enemigos ni a la izquierda ni a la derecha, siguiera empeñada en conquistar la paz.
Es natural que el presidente esté nervioso y recorriendo ciudades y regiones de alto contenido electoral, porque un fracaso ahora sería algo de una gravedad sin límites, principiando por el oso internacional que se produciría, ya que el mundo ha sido anticipado que ya se logró la paz. Eso lo ha llevado a correr riesgos en sus visitas apresuradas a ciudades como Barranquilla, recientemente, donde invita a sus habitantes a un negocio peligroso, cuando se le dice que si le dan los votos ellos serían pagados con inversiones públicas y otras formas de mejorar sus presupuestos regionales. Por esta clase de campañas se ha acusado y encarcelado injustamente a personas del gobierno anterior.
Con todo y esto, nadie ha perseguido una paz con tanto ahínco como el presidente Santos.
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