Seguridad es la primera condición humana para realizarse en este mundo. Sin su presencia, la vida no tiene sentido. Lograrla es fruto de grandes esfuerzos personales y de los países en los cuales se agrupan los seres vivientes.
Perderla, algo que la estupidez de los hombres la hacen fácil, es una desgracia mayor a la de nunca haberla conseguido. Su construcción es producto de la civilización y cultura de quienes la anhelan.
Es difícil, si no imposible, encontrar una congregación de seres humanos que sean felices y no tengan la seguridad como soporte. No es tanto el dinero, aunque como dice el dicho también ayuda.
El resto es lo que requiere una particularidad personal, que se logra solo con avances ambiciosos de educación en todas las fases de la vida humana. Saber convivir con sus semejantes y con el mundo circundante constituye una plataforma indispensable. La educación en todos los sentidos hace de levadura o de enzima, para que todos los vivientes con inteligencia, conjuguen virtudes que aproximen a una solidaridad colectiva y se produzca seguridad.
Algunas encuestas que se dicen internacionales y representativas, dicen que los colombianos son los habitantes más felices del universo estudiado. Las que tratan de ser más realistas, no van tan allá y los colocan entre los cinco o diez más felices. Esta hiperbólica calificación, está lejos de la seguridad y de la verdad.
Colombia ha sido atormentada por la inseguridad durante toda su historia. Una inseguridad mortal, apalancada por una criminalidad y un terrorismo sin par, combinado con el secuestro y la tortura. Una guerrilla cruel que ha mantenido en llanto a millones de familias colombianas, sin sosiego desde hace cincuenta años.
Se ha burlado de cuanto presidente la ha invitado a una paz negociada aún sin merecerla. Nutrida generosamente por el narcotráfico, no hay riesgo que lo abandone, porque sumado a su armamento creen tener un poder sin vigencia. Sus jefes firmarán cualquier documento que les retire el INRI de terrorista con que el mundo los ha calificado, para poder gozar su fortuna en ultramar.
Este, nuestro país, digno de mejor suerte, es uno de los más inseguros. La inseguridad ronda por todas partes. Por campos, pueblos y ciudades. Las autoridades acorraladas circulan estadísticas día tras día tratando infructuosamente de convencer de supuestos avances en la seguridad nacional. Nada más inexacto, son palabras al viento que traiciona una verdad creciente.
Los noticieros y los periódicos independientes copan el tiempo y las páginas de sus ediciones, mostrando la lacra colombiana. La guerrilla y sus pares hoy irredentos destruyen la incipiente infraestructura nacional. Los apreciados recursos que nos ha proporcionado la naturaleza, son pasto de una furia salvaje. Las calles de poblados y ciudades pululan de toda clase de facinerosos no solo en las noches, de igual manera a la luz del sol. Los pocos capturados son liberados en las puertas de los juzgados.
Esta inseguridad eterna campea por todo el territorio nacional en completa impunidad. Es el retrato de la cultura y de la civilización colombiana. No suscrita a los estratos más bajos. Los escándalos bochornosos en el campo financiero y en el de la contratación oficial son muestra inédita de lo que acontece en la élite profesional.
Un país en donde la seguridad impera, las tiene todas consigo. No tiene que hacer muchos esfuerzos para encumbrarse en el desarrollo y en el cultivo de la cultura. Alcanza fácilmente las mejores calificaciones de la civilización. La inversión cunde de por sí y la riqueza, igualmente, asciende en forma equilibrada.
Colombia desafortunadamente es la antípoda de estas virtudes. A pesar de una naturaleza pródiga, nunca ha conocido la seguridad. La tuvo no hace muchos años cuando logró el reconocimiento internacional y la esperanza se iluminó. Hoy está en las mismas, en la inseguridad y la corrupción, sus características más genuinas.
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