Nunca en su larga vida el suscrito ha visto en este país tantos problemas y tan pocas salvaciones a la vista.
La pobreza fiscal del gobierno cunde y la está trasladando poco a poca y cada día con mayor velocidad, al público en general. Para que las actividades nacionales oficiales del gobierno se lleven a cabo, así sea entre grandes estrecheces, se necesita un presupuesto anual no menor para el año 2017 de $168,6 billones, sin incluir la deuda. Incluyéndola como es del caso, el monto presupuestal para ese mismo año asciende a $221 billones.
Esto de la deuda merece capítulo aparte y mucha consideración. Como la burocracia pública es de dimensiones siderales, principalmente por la Casa de Nariño, el gobierno ha tenido que endeudarse en el interior y en el exterior, con velocidad creciente.
El mundo económico y en especial los países, son calificados por entidades calificadoras que no tienen piedad y que otean su campo de acción con crudeza, para castigar a los desajustados y premiar a los ortodoxos.
Por ejemplo, los países con manejo sólido, sin mucha deuda, un crecimiento económico y reglas estrictas de democracia, son las calificadas con grado de inversión y con ello el respeto mundial. Como puede ser el caso de nuestro vecino el Perú, país que ayer mirábamos de soslayo.
Colombia ha logrado este cielo adquirido durante periodos de buena conducta. Está calificada con grado de inversión y hasta ahora considerada como la tacita de oro del hemisferio internacional. Pero este año no ha sido muy brillante, ha tenido que soportar la caída de los precios del petróleo, significando menores ingresos externos entre US$16 billones y US$20 billones al año. La burocracia ha crecido exponencialmente y para financiar todo esto, se ha tenido que acudir a préstamos internos y externos en grandes cuantías. El déficit fiscal está por las nubes, todo lo cual ha hecho que el grado de inversión esté en dudas. Algo mortal para el país.
Estas calificadoras han advertido al gobierno colombiano que tiene plazo hasta fin de año para corregir los grandes desajustes monetarios que afligen hoy al fisco nacional. Repetimos, un déficit fiscal que se crece día a día, una deuda interna y externa llegando a ser impagable y una burocracia oficial nunca antes vista. El gobierno las aplaca diciéndoles que una reforma tributaria próxima, a más tardar este fin de año, será el paño sagrado que limpiará las llagas sangrantes que afligen nuestra economía.
La reforma tributaria que el gobierno diariamente va plasmando, al ritmo de sus problemas y gastos en crescendo, tiende a ser faraónica y a contradecir de plano, lo que el presidente prometió a los empresarios, de recortar tributos en la reforma siguiente, es decir en la que hoy se cierne, llamada estructural, que ya parece va a ser confiscatoria, imposible de pagar e impulsora del éxodo empresarial ya en marcha.
Colombia apenas sí percibe lo que le viene encima. Contagiada con la obsesión de firmar cuanto antes con Timonchenko narcotraficante y autor de crímenes atroces en su vida de guerrillero, un documento en que se diga que se ha producido la paz, aunque solo fuera con una fracción de las Farc porque varios frentes, los mayores productores de droga y de minería ilegal no aceptan este acuerdo.
Mientras tanto el Presidente espera con los nervios crispados, la suerte de su abnegado proceso para llegar algún día a conseguir la paz. Crispados porque pronto se someterá a la consideración popular para preguntarle con un SI, si aprueba la manera como ha estructurado el programa para la Paz, o lo desaprueba con un NO soportado por el temido Centro Democrático que lidera el expresidente Álvaro Uribe.
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