La producción colombiana de bienes y servicios no ha tenido la importancia que requiere como contribuyente sine qua non para el desarrollo nacional. El crecimiento artificial del precio del petróleo a niveles de US$ 100 fue mortal para el país. El gobierno se encontró de repente con una vaca lechera, que nutrió las finanzas nacionales por medio de su empresa petrolera Ecopetrol, y se infló como un inmenso globo henchido de burocracia inútil y costos faraónicos, fiel a su condición estatal. Sin reservas y subsistiendo con los sobrantes abandonados considerados no viables para su comercialización en bonanzas anteriores. Producto de compañías extranjeras que con motivo de crisis se fueron del país.
Ahora que la actividad petrolera mundial se acerca a su natural estado vital, con precios fluctuando entre US$40 y US$50, desnuda la economía nacional, apalancada en un solo producto. El mercado está saturado e inundado de petróleo y los consumos en baja por la depresión de la economía mundial, con la excepción de los Estados Unidos.
Los últimos gobiernos, engolosinados con precios de US$100, creyeron que Colombia era un país petrolero, cuando máximo no pasa de un territorio con algún yacimiento ocasional. Caño Limón y Cusiana, separados entre sí por casi cuarenta años, han sido los dos campos de producción de cierta importancia, agotados ya hace un tiempo. Desde entonces nada más se ha encontrado. El montaje de Ecopetrol, después de barrer los residuos aludidos, se vino abajo. Independientemente de la caída de los precios internacionales, acontecimiento reciente, las utilidades de esta empresa durante el año 2013 cayeron un 41%, desplome no explicado, pero que coincide con la renuncia del gerente, algunos meses antes de salir al aire el fracaso de las utilidades.
Esta ilusión petrolera trajo consigo la indiferencia estatal que dejó a la deriva el resto de los sectores productivos, que durante varios gobiernos solo han recibido golpes tributarios. Al grito de que tiemblen los ricos, los feroces ministros de Hacienda han puesto contra las cuerdas a inversiones promisorias. La industria y el agro nacionales han sido las víctimas. El uno al ritmo de golpes impositivos y ambos por una infraestructura primitiva convertida en barrera contra la competitividad.
Circunstancias peores encontró el presidente Carlos Lleras. Hasta ese entonces solo se exportaba café. La estructura económica del país estaba dictada por personajes vinculados a las regiones cafeteras. Nadie en Colombia, ni las grandes empresas de la época con equipos industriales importados con divisas cafeteras, barruntaba la posibilidad de exportar. Tranquilamente producían y vendían lo que producían a una clientela nacional cautiva, sin preocuparse de la calidad que se exigía en el exterior.
Lleras Restrepo puso fin a este estado de cosas y mediante estrategias ya explicadas en artículos de esta columna, impulsó a la industria nacional, de todos los tamaños, a vender en el exterior. Algo no tan fácil como algunos creen. Sudor y lágrimas eran exigidas. Estableció premios honoríficos y créditos consecuentes. Aunque la modestia lo impide, este columnista tiene que decir que recibió la primera medalla al exportador, en su condición de gerente de Tejidos Única, empresa textil de Manizales. A su retiro, esta bella empresa exportaba el 60% de su producción a los Estados Unidos, a varios países europeos y al Caribe. Era una de las empresas más rentables del país, correspondiendo a sus accionistas con apreciados dividendos. Hoy la vanidad se crece al recordar esa edad de oro impresa en los libros de actas, lo único rescatado del desguace empresarial que posteriormente se llevó a cabo en Manizales y que relata con precisión esas aventuras exitosas, por una buena parte del mundo civilizado.
La fuerza expansiva del presidente Lleras produjo el milagro, en poco tiempo, de convertir a Colombia en un país exportador de variada condición. Vigilaba día a día este proceso como si fuera el presidente de un conglomerado industrial.
Hoy este empuje se puede repetir estimulando y exigiendo a los industriales, hoy más preparados que los de entonces, a aprovechar los tratados comerciales establecidos, facilitándoles quizás el remozamiento de su parque industrial y ofreciéndoles créditos acordes.
El sector agrario es más complicado. No se entiende a los cafeteros, históricamente los más importantes y los más mimados que con precios internacionales a su favor y una devaluación anhelada, se quejan de su negocio.
El campo es calificado para un desarrollo exportador potencial de grandes dimensiones, pero competitivamente está atrasado. Una mano especial del gobierno es urgente. Los programas ya activos impulsados por el ministerio de Comercio y Turismo se deben multiplicar con urgencia.
Los altos precios del petróleo no volverán. La industria y el agro técnicamente impulsados, un día no muy lejano, repararán los daños producidos por el petróleo.
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