El mundo globalizado, al cual pertenece Colombia, con el correr de los años se ha ido seleccionando en diferentes áreas, de acuerdo con el desarrollo y civilización de sus países. Una separación entre sí, en relación de sus virtudes y sus vergüenzas. Cada año hay correcciones y calificaciones por expertos asociados.
Lógicamente hay ansiedad de pertenecer al grupo de los mejores, pero no es fácil ascender allí, donde el dominio es amplio y creciente. No tanto de las armas como la de la calidad humana.
Una agrupación, quizás la más selecta, es la Organización para la Cooperación y el Desarrollo, la OCDE, integrada por 34 países, fundada en 1960 con sede en Chateau de la Muette, en París. Idiomas oficiales, únicamente inglés y francés. Viene desde el Plan Marshall. Nació cuando 20 países de América del Norte y de Europa, se agruparon para establecer orientaciones sobre economía y medio ambiente. Hoy es una de las asociaciones más selectas que tiene como principio la liberación, la no discriminación, países de trato nacional e internacional equivalentes. Ostentan el 70% del mercado y el 80% del PIB mundial. Sus países miembros se reúnen periódicamente en foros, para tratar temas como la sana expansión económica de sus miembros, para impulsar el comercio mundial y el empleo; y un progreso del nivel de vida de sus asociados y otros más relacionados.
Es importante anotar que la OCDE se conoce como asociación de países ricos, pero para su ingreso es necesario comprobar una liberación progresiva de capitales y de servicios financieros. Cuando la OCDE decide ampliar los miembros, hace una invitación a los países que hayan mostrado mayor interés y cumplan los debidos requisitos.
Ingresar no es fácil. Para Colombia, en especial, es más difícil. El presidente Santos está empeñado en lograrlo. 23 comités de esta organización tienen que dar su aprobación después de estudiar y avalar temas del comportamiento colombiano como salud, educación, agricultura, energía, comercio, pensiones, y cumplir con una serie de recomendaciones relacionadas con la tributación, el empleo, los salarios, medio ambiente, regalías, subsidios, telecomunicaciones, ciencia y tecnología, es decir, recomendaciones cuya enumeración superan este artículo, algunas o muchas de ellas que requieren legislaciones difíciles de aprobar, y menos en el corto tiempo.
No se sabe cómo serán las reacciones de los exigentes avalistas de la solicitud de ingreso a esta depurada institución, cuando se enfrenten con ciertas vergonzosas condiciones de la nación que están calificando, como que es una de las sociedades más corruptas del universo, que su país es el mayor productor de droga entre todos los que existen en este planeta, que su ciudad capital la ha calificado uno de los más connotados urbanistas como la más peligrosa del orbe entero. Un último calificativo, quizás el más deprimente y dejemos en la reserva los otros muchos apelativos indeseables, donde nuestro país es también campeón mundial.
La referencia es la equidad social, una bella virtud que la sociedad colombiana no conoce ni por el forro. Lo que hay en nuestra nación es la inequidad social, tanto que se dice entre analistas respetables, es una de las más grandes del mundo conocido. Otro campeonato internacional, el más vergonzoso de todos. Colombia figura con orgullo porque tiene ciudadanos calificados entre los más ricos del mundo, así calificados por autoridades internacionales. Y a renglón seguido también autoridades del mismo rango, califican con letras mayúsculas como el país que tiene dentro de sus fronteras la mayor proporción de pobres miserables, que dentro de sus entrañas registran incontables niños y personas mayores que mueren de hambre.
Con estos harapos queremos unirnos a ese refinado y exclusivo círculo de la OCDE.
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