Creo que fue Gustavo Álvarez Gardeazábal el que dijo que Otto Mortales Benítez, el escritor caldense fallecido el pasado 23 de mayo, era dueño de una carcajada kilométrica. Cuando uno ingresaba a su oficina en el piso 19 de la Torre Colpatria, en la carrera séptima con calle 26, de Bogotá, lo primero que escuchaba cuando traspasaba la puerta era esa carcajada que se hizo famosa en Colombia. Ese fue el distintivo en la personalidad de este hombre que fue amigo de sus amigos, y que se divertía contando anécdotas sobre los personajes políticos que habían hecho historia. Desde la recepción uno escuchaba esa carcajada que parecía salirse por las ventanas del inmenso edificio. Era como una manifestación de esa alegría que siempre se advertía en su rostro.
La vida me brindó la oportunidad de ser amigo personal de Otto Morales Benítez. Lo conocí una tarde calurosa, en Cúcuta, cuando como presidente de Andiarios llegó para presidir los actos conmemorativos de los 25 años de fundación del Diario de la Frontera. Ese día pronunció un discurso de corte académico sobre lo que representaba para una democracia la libertad de prensa. Dijo, entre otras cosas, que una prensa amordazada era la expresión de una dictadura, mientras que una prensa libre pero responsable era el mayor orgullo de un país con libertades democráticas. Ese discurso fue incluido en el libro "Reflexiones sobre el periodismo colombiano", publicado por la Universidad Central.
Una vez terminada su intervención, me acerqué al ilustre caldense para decirle que había leído un libro suyo, "Aguja de marear". Cuál no sería mi sorpresa cuando, al decirle mi nombre, me extiende su mano y, luego, me da un abrazo de esos que se les dan a esos amigos que llevamos mucho tiempo sin ver. Ahí descubrí el calor humano de Otto Morales Benítez, esa personalidad abierta, ese estímulo que brindaba a los jóvenes que apenas empezaban a escribir. Me dijo entonces que mi nombre le era familiar porque había leído los artículos sobre literatura que desde tres años atrás me venía publicando en LA PATRIA el doctor José Restrepo Restrepo. Para mí, ese gesto de amistad fue definitivo para poder acercarme a su obra literaria.
La primera vez que visité su oficina en Bogotá fue por allá a mediados del año 1975. Yo iba de paso para Manizales, y aproveché para aceptar la invitación que entonces me hiciera para que arrimara a saludarlo. La oficina quedaba en el edificio del Banco Popular de la carrera séptima con calle 17, exactamente en la esquina donde funcionaba la librería Tercer Mundo. En esa misma librería había comprado, dos años antes, un libro que exhibían en la vitrina como la novedad literaria del mes: "Aguja de marear". Recuerdo que lo leí sentado en una silla en la sala de espera del aeropuerto Eldorado. Lo que nunca pensé fue que la lectura de ese libro para mí revelador sobre el estilo del ensayista caldense fuera la llave que me abriera las puertas de una gran amistad.
Desde ese día en que me recibió en su oficina como si fuera un conocido de muchos años empecé a interesarme en todo su trabajo literario. Yo sabía del inmenso escritor que era Otto Morales Benítez. Sin embargo, hasta ese momento no había tenido la oportunidad de conocer sus otros libros. Generoso como era, esa tarde me entregó varias de sus obras. Entre ellas, "Testimonio de un pueblo". La lectura de este libro me reveló al historiador profundo que era el hijo de Riosucio. Este fue mi primer contacto, a los veinte años de edad, con el tema de la colonización antioqueña en Caldas. En este libro descubrí cómo la corona española le entregó a José María Aranzazu la propiedad de los terrenos del norte de Caldas.
Muchas veces acompañé a Otto Morales en actos públicos. En mi memoria queda el recuerdo de una noche en que, en la sede de la Academia Colombiana de la Lengua, en medio de una conferencia soltó esa risa kilométrica que toda Colombia le conocía. El auditorio celebró de inmediato. Fue lo mismo que sucedió otra noche en la Universidad Central, durante el acto de entrega del libro "Reflexiones sobre el periodismo colombiano". Rafael Santos Calderón, que era Jefe de Redacción de El Tiempo y, a la vez, decano de la facultad de periodismo, lo presentó ante el auditorio como el dueño de la carcajada más sonora de Colombia. Inmediatamente Otto estalló en esa expresión de alegría que todos sus amigos le celebraban. Los asistentes al acto aplaudieron con júbilo esa carcajada única. Es que a Otto Morales Benítez lo quería todo el mundo.
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