Los nuevos dueños del poder en Caldas han recurrido a todos los medios para tratar de generar un manto de duda sobre las denuncias que en este espacio se hacen, y hábilmente desvían la atención vociferando que quien esto escribe es calumniador o vendido a intereses políticos o económicos. Y -hay que reconocerlo- muchas veces han logrado su cometido. Ellos saben dónde decir sus sandeces y cuáles son los terrenos abonados para escabullirse de sus responsabilidades, minimizando al emisor de las denuncias y aprovechando su dominio gremial para silenciar a sus detractores o volver cómplices a sus oponentes.
Hace unos años enfrentábamos en este espacio a la coalición barco yepista (que en ese momento era intocable, impenetrable por la justicia, y dominante en todos los ámbitos), y lo hacíamos con estoicismo, de frente y exponiéndonos a las más peligrosas aberraciones.
Criticamos abiertamente el hecho de que no hubiera un puesto de trabajo, un contrato de obra, una decisión administrativa en empresas públicas (y hasta privadas) que no requirieran de la aquiescencia de los gamonales políticos; criticamos y denunciamos ese exceso de poder y una concentración perniciosa que hacía perder toda esperanza de vislumbrar algún futuro para las nuevas generaciones; nos opusimos a esa hegemonía y adujimos las razones para esa oposición. Hasta que llegó el momento en que ese poder se vio minado y se ajustó a las proporciones lógicas y legales, perdiendo su influencia total en muchos escenarios. Y la justicia empezó a operar y a proceder en contra de quienes delinquían, sin miramientos de dónde provenían ni de las influencias que los rodeaban. ¡Y ahí empezó nuestro silencio, pues la misión parecía estar cumplida!
Pero, ¡Oh percepción fallida! Ese poder omnímodo no despareció: ¡simplemente mutó! Y fue, para nuestra desgracia, aprovechado por un puñado de individuos que, viendo a la sociedad sumida en la desesperanza, le pintaron pajaritos de oro y la llenaron de ilusiones provenientes de estudiadas poses de transparencia, civismo, honestidad y altruismo. Y el caos entonces fue peor. Porque desterrada en cierta forma la clase política dominante, los vendedores de ilusiones asumieron el poder y se fueron concentrando en las instituciones gremiales desde donde hasta hoy ejercen el tráfico de influencias, la extorsión burocrática, el maltrato personal, la indignidad laboral y la orientación y concentración contractual, y se volvieron intocables por una justicia parcializada a su favor, o influenciada por su poder.
Lo que antes le era criticado a la clase política; las actuaciones que censuraban de los dominantes de antaño; los señalamientos que se hacían en contra del poder absoluto; y lo que era objeto de odio, asco y repulsión, fue heredado sin reatos por esos individuos que se supieron agrupar en entidades avaladas por la esperanza de la gente y cohonestadas por la ilusión de encontrar una tabla de salvación. ¿Y entonces con qué nos encontramos? ¡Con algo peor! Y no peor por que las prácticas fueran nuevas, ni los procedimientos innovadores, ni el dominio poco perverso. ¡No! Peor, porque se vieron consentidos por algunos medios (que antes denunciaban) y rodeados por la connivencia de sus pares que, sumidos en la pusilanimidad o en la complicidad, prefirieron aprovechar el momento y llenar de loas a quienes hoy nos tienen asolados.
Tal vez por eso está estallando la crisis en la CCC. Porque por fin llegó alguien como Luis Fernando Mejía Franco (y demás dimitentes) que supieron defender su dignidad, por encima de las amenazas y los acosos de esos dominantes que ya están viendo el ocaso de su poder. Apenas está comenzando este nuevo asalto. Y confiamos en que la sociedad, ¡por fin!, pueda ganarlo para volver a confiar en lo nuestro. Lord Acton decía: "El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente". Y, nuevamente, no nos callaremos hasta derrotar ese poder absoluto. O hasta que la justicia actúe.
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