Está bien: es preferible un país en paz, a un país en donde el miedo permanente y la zozobra latente no nos permita disfrutar de la vida; es preferible hacer algunos sacrificios y tragarnos grandísimos sapos, a dejarles un país sin esperanzas a las próximas generaciones; es preferible un desarrollo sin interrupciones, a vivir reparando lo construido o reconstruyendo lo destruido. Sí: es preferible la paz que la guerra. ¿Pero a qué costo?
Y no hablo ya de amnistías, reasignación de derechos, indultos inmerecidos, otorgamiento de curules, expedición de salvoconductos convertidos en patentes de corso, entrega de prebendas, ofrecimiento de privilegios… ¡No! Ahora hay que hablar es de este tratamiento de víctimas que se les está dando a las Farc, como si no fueran los mayores victimarios con sus despiadadas acciones terroristas, y como si lo que hoy se les ofrece no fuera de lo que carecen millones de colombianos honestos, trabajadores y respetuosos de las leyes.
Se ha creado el Fondo de Fondos que inicialmente estará dotado con más de 3.000 millones de dólares (algo así como nueve billones de pesos), para atender el postconflicto. Y si bien en apariencia los dineros saldrán de fuentes diferentes al presupuesto de los colombianos, en últimas seremos nosotros quienes tendremos que asumir los costos que se generen y que no alcancen a cubrir estos fondos. Porque los estados asistencialistas son unos barriles sin fondo que nunca alcanzan a cubrir las necesidades de sus protegidos, ya que la tendencia es que estos se conviertan en parásitos exigentes e insaciables. Y entonces se creará una nueva desigualdad social que a su vez dará lugar a nuevos brotes de violencia, y a las represalias de los individuos que hoy son objeto de benevolencia estatal y a quienes no se les exige la entrega de sus armas.
Pero además, no es justo que se les ceda en todo sin exigirles nada. Se ordena el indulto y la liberación de 30 delincuentes farianos, adicionada al traslado de quién sabe cuántos comandantes criminales que hoy descansan en Cuba, y no se les exige la liberación de los colombianos que aún se encuentran secuestrados y pudriéndose en la selva. Se legisla a favor de quienes han asolado el país durante las últimas cinco décadas, y se hace caso omiso de los soldados y policías que sufren la persecución de la justicia y que también se pudren en las cárceles colombianas, por el único pecado de haber cumplido con sus obligaciones. Se estudia una reforma tributaria con la cual se pretende acabar con beneficios económicos para grandes inversionistas, y no se les exige un solo peso, o dólar o euro a los criminales farianos, considerados terroristas multimillonarios. Se lucha contra el flagelo del narcotráfico, pero se les autoriza tácitamente que sigan con sus operaciones ilegales al despejarles vastos territorios, abolir las fumigaciones y permitirles su movilización cuasicustodiada por el propio Estado.
¡Eso es lo indignante! Que se nos llame a este engaño y que pretendan que lo refrendemos mediante un escueto si, cuando en el fondo se esconde una gran trapisonda que terminará entregándoles el poder a nuestros peores enemigos. Que no se nos diga la verdad sobre cuál será la magnitud de nuestros sacrificios y hasta dónde llegarán los beneficios de los terroristas. Que se nos oculte que muy pronto estaremos sometidos a un régimen dictatorial al estilo castrochavista, y que se nos quiera negar que lo que el terrorismo no consiguió con las armas, el Gobierno se lo concede con premeditación y a espaldas de los colombianos. Repito: ¡Eso es lo indignante!
Infortunadamente nos es difícil alejarnos de otra realidad: el indulto decretado para esos 30 militantes de las Farc se les concede gracias a que supuestamente están enfermos y no fueron procesados por delitos de lesa humanidad. Yo me pregunto: ¿nuestros civiles, soldados y policías víctimas del secuestro habían cometido delitos de lesa humanidad? ¿Qué condena estuvieron pagando? ¿No enfermaron gravemente o murieron en esos campos de concentración implementados por quienes hoy reciben dádivas y condescendencias? ¡Y eso también es indignante! Hay que decir con insistencia: ¡Sí queremos la paz, pero no a estos costos tan altos y mucho menos para quedar en manos de los terroristas!
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