Hace unos quince años, en esta misma tribuna tratábamos el tema recurrente del yepo-barquismo y nos dolíamos casi en forma permanente de la concentración de poder que se vivía. Advertíamos cómo las nuevas generaciones salían despavoridas al encontrarse con una barrera casi infranqueable que les impedía desempeñarse productivamente en la región sin someterse a sus designios. Cuatro o cinco políticos eran dueños de todo: la burocracia y el presupuesto estatal les pertenecía y, por reflejo, su injerencia en la empresa privada era tan fuerte que se actuaba en lo privado tratando de complacerlos o de pagarles los favores que solo ellos podían ofrecer.
En ese entonces se nos tildaba de monotemáticos y fueron muchos los enemigos granjeados, pues era evidente que con nuestras denuncias y actitudes estábamos causando un serio perjuicio al statu quo que se había apoderado de la sociedad. Una sociedad que soportaba silenciosa (más por temor que por gusto), pues sabía que cualquier protesta o manifestación de inconformidad se cobraría con un tácito destierro laboral, comercial o profesional. Y en aquel entonces, para una parte de esa sociedad (hoy apoderada de los gremios) lo que hacíamos era un acto de heroísmo digno de adulación y reconocimiento.
Las cosas han cambiado, pero para empeorar. Porque el poder no se distribuyó, sino que mutó y pasó de unas manos que por su condición política tenían que irrigar las oportunidades en un gran número de individuos, a otras que se adueñaron de todo, acabando de tajo con las perspectivas de nuevas generaciones que hoy brillan en otras latitudes por falta de espacios en la nuestra.
Es decir, resultamos siendo unos idiotas útiles que lo expusimos todo para el beneficio de unos pocos. Con la gran diferencia de que los políticos tarde o temprano terminan respondiendo ante el electorado que bien sabe premiar o castigar; pero los privados no le responden a nadie, porque nadie los toca, nadie se atreve a cuestionarlos, nadie profundiza en sus actos, sino que más bien encuentran aliados, socios, beneficiarios o allegados que saben lucrarse y cubrirse con poses de decencia, honestidad y decoro. Y quien ose cuestionar, denunciar u opinar en contrario resulta, además de aislado y rechazado, siendo un calumniador, un injurioso o un mentiroso. Y somos muy pocos los dispuestos a sumir esos costos. ¡Ese héroe de ayer quedó convertido en villano!
El lunes anterior Bruno Seidel Arango creó un grupo en Whatsapp que denominó PAVA-LA PATRIA, al que vinculó a más de 250 personas, con el supuesto fin de plantear un problema de ética, libertad de prensa, responsabilidad en la opinión, y otras cosas que, a mi modo de ver, resultó ser una encerrona para posar de víctima y perseguido, tratando de generar solidaridad, la cual encontró solo en sus invitados de confianza. No quise participar en este grupo por dos razones fundamentales: la primera, porque se partió de la premisa falsa de que existe una persecución personal y que yo he acudido a la injuria, la calumnia y la mentira para perjudicar su nombre (por el contrario, he procurado anexar a mis denuncias links con documentos, actas, contratos y demás pruebas); y la segunda, porque estoy convencido de que los hombres públicos no pueden excusarse en privado (por más numeroso que sea un grupo), pues cuando se asumen cargos de carácter económico y social que involucran dineros públicos, la responsabilidad y las cuentas se le deben rendir a toda la sociedad y no a unos cuantos elegidos.
Se trató de insinuar que el hecho de mencionar con insistencia a unas pocas personas que se pasean por los gremios desde hace años es solo una persecución personal, o que obedece a intereses oscuros. Nada más alejado de la realidad: lo que pasa es que esas personas se han apoderado de las más grandes e importantes empresas públicas y privadas, bien sea como administradores, miembros de junta, nominadores, copartícipes o contratistas. Y cualquier denuncia que se haga y se relacione con esas empresas, necesariamente toca a los responsables de su manejo. Otra cosa es que encuentren un silencio cómplice y cuando se dejan en evidencia acudan a la descalificación del denunciante para tapar con el estiércol social las graves culpas por las que nunca responden.
Pero de las intervenciones en el mencionado grupo salió tal vez una conclusión valiosa: la necesidad de confrontar con altura las diferentes posiciones y de construir sobre esa diferencia. Y me acojo a la propuesta, pero si se trata de ventilarlas en forma pública, plural, participativa, equitativa y respetuosa. Creo que es una buena forma de empezar a limar tantas asperezas y de comenzar a generar grandes acciones sobre nuestros recursos, riquezas inexplotadas, necesidades, oportunidades y, más importante aún, sobre nuestros valores que son infinitos. Es tal vez el momento de reflexionar con el ánimo de resarcir; de reconocer nuestros errores con ánimo de enmienda; de comprometernos a un desarme de espíritus mediante una contrición sincera; de unirnos entre contrarios para lograr una armonía social que nos beneficie a todos. Tal vez así logremos repatriar a tanto cerebro que se ha fugado evitando resultar inmiscuido en la podredumbre y el hedor que hemos generado; y tal vez así logremos terminar tanto proyecto que ambicionamos y que cada día alejamos más con nuestras actitudes mezquinas y egoístas. ¡Bajo esas condiciones, estoy enteramente dispuesto!
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