Señor presidente Juan Manuel Santos Calderón:
Le pido a Dios que me dé la sindéresis suficiente para escribirle esta carta -a manera de desahogo- dentro del respeto que su dignidad obliga, ya que mi razón, como mi corazón y mi alma, se encuentran nublados por el dolor y la desesperanza, y llenos de ira e indignación.
Los acontecimientos de la semana pasada, que para Usted solo fueron trivialidades dentro de esta atribulada Colombia, significaron para millones de colombianos una desdicha inmensa y una pérdida irrecuperable e injusta. Que las Farc hayan acribillado a 11 militares que se encontraban desprevenidamente descansando, y herido a una veintena más, es un acto cruel de terrorismo que no tiene perdón ni puede ser soslayado. Pero que Usted, señor presidente, no haya manifestado su rechazo ni haya recriminado tal hecho con la dureza que se merece, y que haya reaccionado levemente solo cuando vio la indignación de los colombianos, es aún más degradante. Hoy nos sentimos más solos que nunca; más desprotegidos que nunca; más discriminados que nunca; más miserables que nunca.
Es cierto, Su Señoría, que esta no es la primera masacre que se presenta en este golpeado país. Pero tal vez sí es la primera que se produce dentro de una tregua anunciada, avalada y publicitada por el propio Gobierno Nacional. Hoy las tropas regulares se encuentran sumidas en la impotencia, pues ya saben que no pueden creer en su máximo jefe, pero sí tienen que doblegarse ante él y someterse a sus designios, los cuales resultan sorprendentemente parecidos a los de sus crueles enemigos.
"Pablo Catatumbo", a quien usted bien conoce y protege, culpó desde La Habana al Estado por la masacre cometida, y reinó su silencio. Tal vez, señor presidente, porque en realidad Usted sí es culpable de ella y no tiene cómo defenderse. Y digo que es culpable porque es Usted quien encarna la máxima potestad del Estado y se ha mostrado débil, connivente, pusilánime, complaciente, cómplice, silencioso y hasta agradado con los procederes de los terroristas con quienes secretamente negocia nuestra dignidad y nuestra Patria; con quienes soterradamente negocia nuestras libertades y derechos; con quienes maquiavélicamente negocia lenidad, impunidad y privilegios.
¡Sí, señor presidente! Me atrevo a decir que es Usted culpable de esta y muchas más acciones terroristas, porque si estuviera cumpliendo con las obligaciones consignadas en la Constitución que juró respetar y honrar, rodearía las tropas regulares y legales y evitaría que las masacraran o que las acorralara su cómplice sistema judicial. Porque de estar honrando la Constitución, estaría hoy protegiéndonos de estos criminales que acaban día a día con nuestra amada Colombia, en vez de despejarles el territorio, concederles privilegios, impunidad y prebendas.
¿Por qué vale más para Usted la vida de un general secuestrado en confusas circunstancias, que la de once soldados que exponían su vida diariamente para preservar la nuestra? Dice un sargento del glorioso Ejército: "Cuando muere un soldado, no muere un soldado, sino que muere Colombia". ¡Ese es el sentimiento de todo un país!
Ha salido Usted rechiflado, señor presidente, de las últimas intervenciones públicas. Y eso, a mi modo de ver, es una mínima forma de hacer justicia, además de una demostración espontánea del asco que sentimos los colombianos con los criminales de las Farc y con los engaños de su gobierno.¿Acaso no se ha dado cuenta de esto?
Una última pregunta para rematar este desahogo, señor presidente: ¿qué le hace pensar que obra con equidad cuando le congela el mísero salario a los miembros de la Fuerza Pública y se prepara para asignarles una mensualidad de $1.800.000 a los terroristas rasos que se desmovilicen? ¿No estará acabando Usted con la poca moral que les queda a nuestros héroes de la Patria?
Angustiosamente,
Jorge Enrique Pava Quiceno
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