Mario César Otálvaro
LA PATRIA | Bogotá
El triunfo de Nacional en Copa Libertadores –con cifras impecables e históricas– pone de manifiesto que cuando las cosas se hacen bien las posibilidades de éxito son altas, y aplica en cualquier esfera de la vida.
En paralelo con la explosión patriótica de felicidad, al hincha del Once Caldas lo inundó un sentimiento de nostalgia por el recuerdo de haberlo vivido bajo una administración que en su momento obtuvo el mismo título basada en el conocimiento del negocio.
Sin poderse comparar en términos empresariales por la elevada envergadura del Atlético Nacional, en aquella época hubo conciencia de las limitaciones y del potencial, y la Copa fue el fruto de un esfuerzo generalizado en el que dominó la pasión.
La austeridad es una práctica gerencial válida, pero debe ir en consonancia con la productividad y la fijación de metas posibles. En el Once Caldas actual, dirigentes advenedizos y entrenadores de mentalidad pobre, la confundieron con cicatería.
Previsible entonces lo que está sucediendo, sin sacar bola de cristal ni tirar las cartas, pues a la victoria se llega previa planeación, sobre presupuestos establecidos, y no jugando al azar, ni esperando que la paloma salga del sombrero para alzar el vuelo.
Esa pasividad con la que directivos, gerente deportivo y cuerpo técnico encararon el interregno entre los torneos, explica el prematuro desajuste, con bajas posibilidades de recuperación y un mañana con más preocupaciones que ilusiones.
La gestión fue pésima, la orden perentoria de cero inversiones fue acatada literalmente, y no hubo quien inventara fórmulas de alivio, tan factibles en este deporte y de permanente práctica entre clubes con peores dificultades económicas.
Torrente se cruzó de brazos, su aislamiento con la prensa parece incluir también al fútbol de Colombia, no aportó una idea ni mencionó un solo nombre, y evidenció tranquilidad con una nómina que todos sabíamos corta y que requería refaccionarse.
Hoy está en el ojo del huracán, le empezaron a medir el aceite, y los resultadistas de turno piden su cabeza, sustentados en las frías estadísticas que arrojan un rendimiento del 30%, 5 partidos seguidos sin ganar, y saldo en rojo en la mayoría de los ítems.
Exceptuando que se quieran disminuir costos, cambiarlo no es procedente aunque gastó parte de su capital, siendo necesario sumar y poner orden, y que establezca el cómo, porque es coautor del discreto armado del grupo y del proyecto deportivo.
Tarde intentaron soluciones, José Luis Moreno regresado de España, José Julián De la Cuesta sin equipo, y Elkin Soto porque estaba de vuelta tras su brillante paso por Europa, los 3 casualmente afectados por delicadas lesiones y con rato sin actuar.
Ahora reencauchan a Diego Arango, desaparecido hace 4 años del mapa futbolístico competitivo, del que se apartó porque no daba más, en muestra de improvisación con alaridos de desesperanza ante la inocultable realidad de un Once Caldas débil y estéril.
Lo del encargado de las contrataciones es una vergüenza, jamás ha presentado un plan innovador, los refuerzos han sido un fiasco, y todo porque su ánimo mercantilista lo lleva a intentar sacar jugadores, más que a pensar en un plantel respetable.
El semestre pasado hubo disculpa en los árbitros, y con los reclamos –justos varios de ellos– se trató de disimular la campaña. Lo lamentable es que quienes tenían que hacer un análisis racional se tragaron el cuento, y durmieron.
Así, sin la categoría suficiente, una defensa –lo mejor que tenía– en construcción, volantes imberbes, y atacantes de baja eficacia –salvo Estupiñán y Hernández– este Once Caldas se hunde porque faltó ambición, pero sobre todo porque lo manejan sin pasión.
Hasta la próxima…
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