Mario César Otálvaro
LA PATRIA | Bogotá
11 años pasaron desde que este equipo de provincia, lleno de osadía y coraje tocara el olimpo reservado para los grandes, sellando el último triunfo internacional del fútbol colombiano, y la gesta más gloriosa, quizá irrepetible, del deporte caldense.
Para quienes no tuvimos la ocasión de vivir la primera estrella, de la que quedan pocos testigos, y que debimos esperar hasta ser adultos para celebrar la segunda y las posteriores, resultaba algo inverosímil creer que un día el juego nos daría esa bella oportunidad.
En las últimas décadas del siglo pasado vimos los ingentes esfuerzos de clubes como América de Cali, subcampeón 4 veces, que con nóminas fabulosas y chequeras ilimitadas avanzaron a la final fallando en la instancia decisiva.
El penalti botado por De Ávila ante Argentino Juniors, el gol de Diego Aguirre del Peñarol uruguayo en tiempo añadido, el error de Óscar Córdoba ante River, y las anotaciones de Hernán Crespo, nos privaron de un primer festejo en la anhelada Copa Libertadores.
Luego el título de Nacional, con plantel de lujo base de la selección Colombia, en una jornada infartante en el Campín ante el Olimpia paraguayo. Eran épocas difíciles, cuando el narcotráfico estaba infiltrado en el tejido social de la nación.
Esos antecedentes, y la realidad de saber que de 55 ediciones solo 2 han sido para los nuestros, realzan aún más la conquista del Once Caldas que disponía de un grupo importante, sin estrellas rutilantes, y dentro de una modesta condición económica.
Historia fulgurante, que por encima de las crisis, los malos momentos, los pésimos dirigentes, las decisiones erradas, y los oportunistas que en ocasiones lo desmantelaron, debe llenarnos de orgullo para reunirnos incondicionalmente en torno suyo.
El recuerdo hoy para esos héroes, en particular para el técnico Luis Fernando Montoya, quien sobrevive al accidente que le quitó la movilidad y frustró sus más caras ilusiones, y el jugador de la tierra, Elkin Soto, quien lucha por recuperarse de una grave lesión de rodilla.
Tras esa página, el Once Caldas ha capoteado verdaderos temporales. La indelicadeza, los mal llamados líderes de la región que lo llevaban a la bancarrota, las flojas administraciones y otros líos, hicieron temer inclusive por el futuro del campeón de América.
Hasta que hace dos años la mano redentora de un inversionista -que ahora es el dueño- lo salvó de la desaparición inminente en medio del nostálgico lamento de quienes lo llamaban el equipo de todos, y frente a la indolencia de la clase empresarial local, pasiva y sin recursos.
El negocio en el que se convirtió el fútbol lanzó sus tentáculos, y llegó el cambio, aceptado entre dientes por algunos, pero cruda realidad y único camino para fijar un mañana saludable que permita una institución sólida, firme y competitiva.
Así, fluctuando entre momentos sublimes y dolorosos, se escribe la historia de hombres y pueblos, y en este caso del Once Caldas, que aunque propiedad privada, sigue siendo y lo será por siempre, patrimonio deportivo y cultural de la región.
Consintiendo que las cosas mejoraron con Kenworth de la Montaña que ofrece estabilidad y respaldo responsables, con orden administrativo, objetivos precisos, y con rendimientos financieros del año pasado que lo ubican como el primero en utilidades.
Falta en lo deportivo, proceso que conlleva tiempo y paciencia, que no es fácil porque cualquiera quiere el producto ya, confiando en que haya suerte como en la primera experiencia de esta nueva etapa, y no en el descalabro del semestre que pasó.
Está por comenzar el campeonato, y sobre esa sensación de que se pudo invertir mejor, se abre un compás de espera con el que se renueva la ilusión, intentando ir en la dirección correcta para volver por los senderos de la gloria ya saboreada.
Hasta la próxima...
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