Recado para la industria de la moda que tiene por estos días como escenario a Medellín donde se reúne Colombiatex: No cuenten con este negro para engrosar sus billonarias arcas. Vivo cómodo a la penúltima moda. Parte de mi ropa es del paleozoico, pero de repente recobra vigencia. Solo estreno cuando mi sanedrín familiar me regala medias, pañuelos o calzoncillos de preso de los llamados matapasiones.
Mis corbatas, anchas o delgadas, con o sin rayas, mueren y resucitan. Camisas de conservador alvarista, blancas, de monótono cuello azul, como las de Alberto Casas Santamaría, bostezan en la claustrofobia del escaparate en compañía de obesas polillas.
Envejecer me sigue sorprendiendo con sus gabelas. La vanidad no me exige que me sume al consumismo salvaje. (El tic de comprar compulsivamente se llama oneomanía. La palabreja tiene sospechoso parecido con el freudiano onanismo. ¿Por qué? Averígüelo, Vargas).
Lo máximo que he escuchado en contra del consumismo lo dijo una niña de cinco años, Malena, cuando vio salir a su mamá y a su abuela: Van a comprar cosas necesarias que no necesitan.
Hace tiempos me ahorro el angustioso ritual de asomarme al clóset para decidir la ropa que luciré durante la jornada.
Cuando me asomo al ropero, arcaicos trajes Everfit me piden a gritos que les dé un chancecito. Casi me invitan a almorzar.
La ropa que visto para entierros cada vez más frecuentes, es la misma que uso para almuerzos (corrientazos) con mi contingente de pensionados. Mis chiros salen con un matrimonio, la corrida de un catre, la posesión de un presidente, una piñata…
Turno mis vestidos para no desairar a ninguno. Aunque son inevitables las preferencias. Los paleolíticos sacos cruzados se dan su vitrinazo muy de vez en cuando.
A todas las prendas se les ve la felicidad en la cara cuando les llega su cuarto de hora. Incluidos aquellos desteñidos pantalones que presentan fatiga de metal en los cuartos traseros. Se puede ver a través de ellos.
No obstante lo anterior, me extraña-araña que no haya pasarelas que halaguen a los pensionados. No les merecemos una puntada, con o sin dedal, a agujas, dedales o modistos de arriba.
Como me encanta que la gente se enriquezca con mis ideas, con gusto les daré algunas. Si se llenan de plata, voy con el diez por ciento (para negociar):
Señores, están en mora de producir ropa casual que salga con la nostalgia acumulada. Caería bien una chaqueta que rime “con los años que nos quedan”. Sería de locura un gabán que combine con el galopante
Alzhéimer.
Se venderían como pan caliente gorras para lucir en la colonizada banca del parque donde esperamos el parsimonioso atardecer.
Esta población estupefacta de la que formo parte no produce, pero gasta. Envejecer es gastar. Aprovéchennos.
Dichas estas palabras, desaparezco para ver qué ropa de descanso llevaré hoy para no hacer un carajo.
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