Imagino la perplejidad del ciempiés cuando abre el ropero y tiene que tomar la decisión sobre los zapatos que se pondrá ese día. Guardadas las desproporciones, es lo que nos pasa a los mortales cuando tenemos que escoger el traje de luces con el que saldremos a la pasarela. El famoso "qué me pongo".
Detrás de todo chiro hay un sastre que dio puntadas con y sin dedal. Supongo que a todos nos pasa que abrimos el ropero y nos encontramos con un pliego de peticiones: "Sácame a mí", dice el traje a rayas de presidiario; "No, es mi turno", dice el de medio luto que hace tiempos no pasa por la funeraria. Ni asiste a un matrimonio. (El negro rige para ambas ceremonias).
Tengo un arcaico blazer, de músico, que me ve y quisiera tirárseme en plancha. No salgo de él: ya se pondrá de moda de nuevo.
Llegué a estas reflexiones al enterarme de que el martes 28 era el día de san Homobono, italiano, patrono de los sastres. Entre las múltiples ignorancias que me adornan, no tenía ni veniales de la existencia del hombre, bueno como los ocasos, que se distinguió más por hacer milagros y redistribuir su quincena con los arrancados, que por pegar botones y hacer dobladillos.
Viéndolo bien, los sastres tienen mucho de milagrosos, de magos, como Homobono. (El nombre original, sastre, tiene más poesía que el nuevo de modisto, diseñador de modas; el cambio de nombre aumenta escandalosamente la factura). Los magos-sastres estudian nuestra anatomía, miran, exageran, imaginan, y le confeccionan al cliente el flux con el que pueda presentarse "decente en la escena del mundo".
Somos deudores morosos -y amorosos- de quienes le dan una mano a nuestro ego. Debo a Valencia, el único sastre que me pagué "cuando era feliz e indocumentado", el conocimiento de Homobono. Para sus amigos de a pie, era Chucho; como evolucionó a dedal de los pudientes ahora es Valencia.
Ha tenido tiempo de oficiar como sastre de los nadaístas. Los discípulos de Gonzaloarango frecuentan su taller bogotano cuando lo necesitan como escenario para ilustrar algún libro. De pronto le encargan alguna hebra.
Suele hacerlo el laureado poeta Jota Mario, hijo de Chucho, sastre caleño. Eduardo Escobar apenas necesita una muda de ropa en su refugio campestre de San Francisco, Cundinamarca. El Monje Loco está curado de vanidades.
Jota Mario le cantó así a su padre, a quien propongo como patrono de los sastres colombianos: "Tú me diste las primeras puntadas de mi amor por la poesía".
Un exnadaísta vergonzante, Humberto de la Calle, es el jefe de los negociadores en La Habana. Con una comisión del modesto 20%, le he sugerido a Valencia que se convierta en el sastre de la paz, así le toque vestir a Timochenko de las Farc. La paz bien vale un camuflado.
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