Me ha ido bien con las echadas. Las he disfrutado a pesar del estupor que produce dar con los huesos en el asfalto. He procurado sacarle partido a esos reveses. Recuerdo la cara de Subuso que me devolvía el espejo cuando me botaban. Felizmente, la imaginación se activaba hasta encontrar otro destino. El espectáculo tiene que continuar.
Recordé mis echadas a raíz de la reciente celebración del Día del periodista.
A los tres-cuatro años entramos a formar parte de la diáspora. Nos echaron del terruño por cachiporros. Del seminario salí porque fui llamado, no escogido. A veces Dios hace las cosas bien. Quería ser papa pero terminé de aplastateclas. ¡Qué gran papa perdió el mundo!, diría neronianamente.
Me eché solito de la Universidad de Antioquia. No ganaba los semestres en la Escuela de Periodismo. Como jamás había visto una rotativa, ni un micrófono, me volví sensato y deserté con mi diploma: tres raspao en literatura.
Conseguí empleo como patinador en Todelar-Bogotá. ¡Qué ricura de oficio! Siempre he tratado de hacer mi trabajo con las ganas y la ilusión de eterno patinador. O sea, vivir en período de prueba. Detendría mi vida en ese instante.
En el circuito de los Tobón aprendí los rudimentos de mi oficio de siempre empezar, de nunca acabar. Un día me acosté aliviado y desperté fuera de la nómina. Me notificaron que no les interesaba un reportero que quería meterle jipismo al periodismo.
La idea, que jamás se me habría ocurrido, me pareció del carajo. Desde entonces he procurado escribir con una flor en la mano, combinando ética y estética, amor y humor.
Y como jamás me dio por cambiar el mundo, me propuse arrancarle una cierta sonrisa. Es mi forma de dar gracias por el oficio recibido. El periodismo es la mejor forma de ser rico sin plata. No me cambio por Bill Gates ni mano a mano.
Como los columnistas nos repetimos que da miedo (qué pena, disculpas) diré de nuevo con Tomás Eloy Martínez que la mía es una profesión para vivir y para la vida: se garantizan los garbanzos en la mesa, se crece por dentro.
Aterricé en el Noticiero Promec, de televisión. Colonizamos el último lugar en sintonía. Cuando aparecía un índice de audiencia echaban un periodista. Me creía imprescindible. De imprescindibles está lleno el cementerio. Me llegó el turno.
Desembarqué en Colprensa. Otra vez me sentí imprescindible. Un buen día me pasaron la carta. Decidí volver libro la echada. Desde el primer día escribí un diario que se convirtió en “De anonimato nadie ha muerto”. El libro se regaló bien. Anda en busca de lectores.
He querido seguir el consejo de Shimon Peres, exprimer ministro israelí: Si has de cometer errores, que sean errores correctos. De los correctos y de los incorrectos hay que sacar garra para reencaucharse. O te comprás un rinoceronte.
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