¿Quién se enamora de un falso positivo? Quienes creen que bisturí da lo que natura no presta. Hablo de traseros agrandados en el quirófano. Estamos ante una nueva rebelión de masas… glúteas.
En la parroquia colombiana proliferan nalgas que se pueden quitar y poner como si fueran pestañas postizas. Cuando trastornan la esquina, en vez de decir adiós con la mano sus dueñas se despiden agitando su altiva retaguardia.
Sus propietarias asumieron que mientras más hiperbólicas sean las cuatro letras, mayor es la capacidad de erotismo que despiertan entre la población voyerista siempre ávida de darle de comer al ojo.
¿Qué clase de hombres exigen que sus damas se practiquen operaciones que a veces incluyen los pectorales como parte del paquete?
No estoy en el mercado y a lo mejor respiro por la herida pero los agrandados antifonarios, posaderas, trasputines, colas, pompis, jopos o el "adminículo" donde la espalda cambia de nombre, me espantan. Dudo que cumplan la obra de misericordia de erradicar la disfunción eréctil y alborotar la libido.
Las dueñas de caderas hechizas las exhiben como si hubieran sido hechas en el tálamo nupcial, no en el quirófano.
Bisturí en mano, el cirujano plástico se convirtió en el profesional que impone la nueva estética femenina. Y masculina. El macho alfa también se dejó tentar.
Colegas de sexo hay que se las apañan para hacerse agrandar “la petite différence”, el eufemismo franchute para diferenciar el eterno femenino del fugaz masculino.
Ellas no hacen nada por disimular que mienten deliciosamente por detrás. Podrían disfrazar el mayúsculo engaño. No, que se vea la inversión. De allí la ropa tan ajustada que para entrar en ella hay que arrojarse desde un segundo piso.
Hasta el más cegatón, como este servidor, advierte a la legua los dos parches delatores que quedan instalados en ese glorioso apéndice de la geografía femenina.
A ellas no las perturban las noticias que hablan del fin anómalo que tuvieron muchos de esos procedimientos. No, cada cirugía se convierte en el voz a voz que invita a la imitación. El ego de la era digital no tiene límites.
Y como la coquetería tampoco tiene estrato, los “derrières” que mienten pululan en toda la escala social.
Los cirineos que acompañan a las administradoras de estos apéndices hacen las veces de notarios encargados de medir el impacto causado entre el respetable público. Después pasarán el parte respectivo.
¿Los cirujanos que ejecutan estas operaciones garantizan a sus pacientes que si la dueña amaneció con el deseo de votar por el NO al trasero hechizo, lo pueden regresar a sus antiguas justas proporciones? Ojalá la ética y la estética que aprendieron en la universidad les permita pensar primero en ellas antes que en el obeso saldo bancario.
Averígüelo, Vargas, qué dirían Hipócrates o Galeno de esta pujante industria sin chimeneas de los tafanarios ficticios.
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