Óscar Domínguez Giraldo www.oscardominguezgiraldo.com
Daba (casi) por perdido “Álbum para Matilde” de León de Greiff. Se lo había prestado a un ateo tan convencido que se enguarala diciendo amén.
Tardíamente, he perfeccionado un oficio que le podría sumar denarios a “mi flaca bolsa de irónica aritmética”: el de rescatista de libros perdidos. Precios sin competencia para las primeras cien personas que llamen a solicitar asesoría.
Acabo de dar el último golpe contra los desaparecedores de libros. Daba (casi) por perdido “Álbum para Matilde” de León de Greiff. Se lo había prestado a un ateo tan convencido que se enguarala diciendo amén.
Es bibliotecario, columnista, traductor-traidor, novelista, ducho en inventarse enemigos, poeta. Está escribiendo una biografía sobre el panida. “¿Su nombre? Sí lo sé, más no lo digo”. Sus apellidos, Abad Facio Lince.
Había jurado por el gato de una vecina suculenta que no revelaría el dato sobre la biografía que está preparando. Pero me chiviaron en El Colombiano.
Espero que el biógrafo de Beremundo me guarde el secreto sobre el título de mi “ópera prima”: “El hombre que no escribía novelas”. No le he agregado una vocal. También pido discreción sobre otro libro en marcha: “Si Carreño estuviera vivo”. Llevo adelantados título y columna: Carreño y el BlackBerry.
De lambón, para que se desasnara degreiffianamente, le endosé el “Álbum”, tomado en préstamo eterno a un descendiente de Enrique Uribe White. Existe el peligro de que su biografía supere las muy documentadas que ha escrito Fernando Vallejo -uno de sus enemigos íntimos- sobre Silva, Barba Jacob y los Cuervo. (Lector que ha llegado hasta aquí: no me invite a su casa un lunes: se me alborota la “libido robandi”).
El álbum cojeaba pero no volvía. Pensé en una represalia suya porque no he leído su última novela, tampoco he visto el documental sobre su padre en el que tiene acciones sustantivas su hija Daniela, no vivo en apartamento arrendado a la agencia inmobiliaria de la familia.
Felizmente, recordé mi prontuario como rescatista de libros. Cuando era gobernador de Antioquia, Gilberto Echeverri Mejía, nada que me devolvía la autobiografía de mi gurú, Groucho Marx.
Y Helena Botero, la lengua más brava del oriente, se estaba haciendo la manuela con el libro La alegría de leer que tiene la Urbanidad de Carreño a sus espaldas. Editó Voluntad de la mano de Juan Luis Mejía, rector de EAFIT. Los sapié en esta columna y santo remedio. En la celebración en EAFIT de los 125 años del nacimiento de De Greiff, volví a ver retratado al fugaz “acaso propietario” de mi libro. De una lo amenacé por correo con enviarle a mis abogados De la Espriella, Granados, Lombana, Iguarán. Alcancé a amenazarlo mentalmente con pedirle al que reparte dones que lo vuelva creyente. El libro apareció con ñapa.
Como los manuales dicen que toda columna debe tener un desenlace, el de ésta es: Jamás dé un libro por perdido. Consúlteme. Seguiré prestando libros, pero sepan los olvidadizos que los boleteo. “Y el resto vale menos…”.
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