Como en la aldea global siempre estamos festejando algo, hablemos de la radio que en febrero celebra su día mundial.
Sábato lamentó la muerte de una vecina en febrero “cuando no hay nadie en Buenos Aires”. Entierro sin que nadie lo lamente, con la excepción del dueño de la funeraria, es malo para la salud del “morlaco”. No es el caso de la radio que nos acompaña día y nochemente.
Escucho radio desde la época en que todos somos inmortales, la niñez. La radio hacía las veces de televisión y periódico. Si Dios estaba en todas partes, según Astete, la radio también tenía ínfulas de omnipresencia.
Era un miembro más de la familia. Tan importante como el agua y la luz. Ganas daban de invitarlo a jugar fútbol o a quebrar bombillos con los demás chinches de la cuadra.
Nunca le permitiré al señor Alzheimer que borre de mi disco duro un radio Zenith transoceánico que mi taita trajo de alguna parte. Cuando todo el mundo estaba recogido, debajo de las cobijas me las apañaba para prender ese radio que cogía emisoras de lejos. Por el cachivache supe que no estábamos solos en el mundo.
Y como fui niño “genio” me preguntaba por dónde se metía la gente que hablaba dentro del aparato. Nunca resolví ese enigma.
El primer libro que “leí” me entró por el oído. Lo he contado pero no con Trump de presidente. “Me refiero a Lejos del nido”, radionovela. Al libro de don Juan José llegué después.
Que el mundo se daba contra las paredes con prosaicas guerritas lo sabíamos por ese medio. Por la radio supimos del asesinato de Gaitán. Me parece “ver” a Echandía y a Lleras Restrepo, cigarrillo en boca, camino de Palacio para pedirle la renuncia a Ospina Pérez. La banda musical de los primeros años corría por cuenta de boleros, tangos, guarachas, rancheras y pasodobles. La radio ofrecía ese menú.
Para el maestro de Itagüí, Alberto Acosta, nada como la radio. Podía haber millones de analfabetos pero no de sordos. “Maná” de los secuestrados llamó a la radio el asesinado Gilberto Echeverri Mejía.
Mi primer empleo fue en radio como patinador en el noticiero Todelar que apagó su propia luz.
Y en radio hice mi mejor trabajo como reportero transmitiendo desde Managua en los estertores de la guerra contra el dictador Somoza. Muy agradecido.
(Muy agradecido también por los mensajes de felicitación recibidos por haber quedado finalista en los premios del Círculo de Periodistas de Bogotá, CPB, con mi columna “El dinosaurio estaba allí”. Así el finalista sea el primero de los derrotados. Maluco también es bueno).
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