De nuevo, la lágrima está en el curubito. El presidente Obama inauguró 2016 revelando que es hombre de lágrima fácil al lamentar matanzas ocurridas en su país y anunciar medidas contra los fabricantes de armas.
Sus anuncios me ratifican en la certeza de que los presidentes gringos deberían empezar a gobernar por el segundo período. Cuando ya no existe la posibilidad de otro mandato, echan la Casa Blanca por la ventana. Entre muchas otras, Obama “nos debe” el cierre de la cárcel de Guantánamo para remplazarla por esos deliciosos guantánamos gastronómicos que son los paladares (=restaurantes), la primaria en capitalismo hecha en Cuba.
Traducidas las cabañuelas, encontramos que 2016 será un año pasado por agua. Lo de Obama fue un Niágara lacrimal. Terminado el fenómeno del Niño, vendrá uno de esos inviernos que le harían agua la boca al pluviométrico Noé.
El macho alfa de la era de Internet ve a un varón domado llorando y se alegra. Lo interpreta como otro paso en la liberación masculina pues nos levantaron con el inri de que los machos no lloramos.
Las lágrimas por televisión le salieron bien a Obama. No es el primer presidente que berrea. Lo hizo antes George Bush a raíz de los atentados contra las torres gemelas. Lloró primero, bombardeó después a Bagdad. La víspera de los bombardeos, para despistar, Mr. Georges Walker sacó a Barney, su mascota, a hacer pipí en los jardines de su residencia.
Muy orondas, las mujeres habían acaparado el llanto. Hasta que el hombre descubrió el poder sanador de la lágrima. Hoy por hoy cualquiera llora. Estos ojitos lagrimean viendo pasar a un ateo. O el tren.
No rebajemos la talla de los llorones. Uno famoso es el expresidente Lula, de Brasil. Se le “piantó un lagrimón” cuando su país fue escogido sede de los Juegos Olímpicos.
Lloró el fallecido presidente Chávez. Cuando tenía cáncer le pidió a Jesús: “No me lleves todavía”. Dios estaba de compensatorio.
Su colega boliviano Evo Morales, se tiene confianza para desgajar lágrimas. Lloró al anunciarle a su gente la muerte de Chávez. Había llorado cuando fue elegido presidente.
¿Que el rudo presidente ruso Putin no llora? ¡Mamola! Más de una furtiva rodó cachetes abajo cuando ganó las últimas elecciones. Pero como una prosaica lágrima podía arruinar su condición de guapo de Nebraska frente a Washington, sus sacamicas aclararon que los fríos helados y los vientos lo hicieron llorar. Por poco hay gulag para los fríos y los vientos.
Claro, ellas no tiran la toalla como lloronas. La BBC de Londres incluyó entre las berrietas magníficas a la primera ministra Margaret Tatcher cuando los ingleses la relegaron al cuarto del reblujo.
La lágrima es demasiado curadora, liberadora, como para dejársela en exclusiva a nuestras “dulces enemigas”. Me pido la vicepresidencia de cualquier club que privilegie la lágrima.
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