Óscar Domínguez G.
Por estas calendas, sin querer queriendo, pongo a funcionar el espejo retrovisor y me veo de pantalón cortico esperando al Niño Dios.
Estar en Navidad es mantener el alma en estado de villancico perpetuo, tener la vida pendiente de un buñuelo. En cualquier instante, un "usuario" de Navidad se convierte en Plácido Domingo de sí mismo bajo la ducha, y se deja venir impunemente con "Zagalillos" o "Tutaina".
En Navidad, el corazón se da ínfulas de buñuelo oloroso que salta ágil sobre la silla eléctrica del fogón. Navidad no paga ningún IVA por darnos felicidad. Mientras haya buñuelos habrá alegría.
El buñuelo desarma los espíritus. Nadie podría disparar un arma con un buñuelo en la mano. Volvamos el mundo un buñuelo.
Mejor si el buñuelo va acompañado de natilla. El matrimonio buñuelo-natilla es un frente nacional gastronómico que jamás prescribe. Es un matrimonio por convención y por convicción.
Claro que años hay en que tengo acciones en el club de amigos de Ebenezer Scrooge, el tipejo ese, creación de Dickens, que desde junio madrugaba a detestar la Navidad que veía venir.
Supongo que el furor por la Navidad es un mecanismo de defensa contra los timochenkos que nos joroban este paseo de olla que es la vida. Casi que la Navidad tiene el alias de asilo para más de uno.
A otros les da por tirar piedra, pero conviene sacarle tajada a esa patria boba espiritual que es la Navidad en la que uno pone el corazón en babia.
Navidad es tener pesebre entronizado en plena sala con el espacio para el Niño Dios vacío hasta las doce de la noche del 24 de diciembre cuando nace ese enfant terrible llamado Jesús. "En un silencio que les sabe a ternura", María y José (buena persona pero mal carpintero) esperan la llegada de "Calidad" Chucho, el más sobrado de los "locos bajitos".
Que no falte el árbol de Navidad con los regalos reales o ficticios a su alrededor. Antaño, a los niños nos sacaban de casa por dos motivos: cuando la mamá se "enfermaba" y un rato después éramos uno más en casa. La segunda vez era para colocar los traídos.
Esperábamos 365 días para tener la ilusión de levantar una almohada. Se perdía la virginidad teológica cuando el vecinito genio notificaba que el Niño Dios era el mismo que compraba el mercado.
En Navidad, el estrés toma vacaciones en algún charco bajo las estrellas o se asila en fondas camineras habitadas por la nostalgia. Las úlceras gerenciales se retiran a sus habitaciones de invierno, lejos de la diaria rutina.
Señores pavos, patos, gallinas, corderos, marranos, piscos y similares: a pagar escondederos a peso. Admito que deberían ejercer la acción de tutela y pedir que también a ustedes les den el chance de despacharse un cristiano en Nochebuena. ¿Por qué siempre ustedes han de pagar el pato?
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