“Yo insisto en que el noventa por ciento de las mujeres colombianas no acepta el funesto obsequio que se les quiere dar. Un plebiscito nacional debiera definir este punto. Si la parte más numerosa y sana del elemento femenino rechaza el derecho al sufragio, sería irrazonable y falta de equidad imponerlo. Si no fuera porque en ello va el porvenir de la república, me encantaría presenciar unas elecciones en que participaran las mujeres. Sería una trágica diversión. Afortunadamente el Senado cerrará el paso a esta alocada iniciativa…”.
Este pasaje hace parte de la columna “Danza de las Horas” del 25 de noviembre de 1944, escrita por el muy influyente Calibán, periodista de la época del periódico El Tiempo. En ese momento la Cámara de Representantes había aprobado un proyecto que buscaba darles el voto a las mujeres. Esta iniciativa pasó al Senado, donde finalmente fue hundida por el partido Conservador y nueve senadores del partido Liberal. Estos últimos argumentaron que la reforma propuesta por el gobierno no era conveniente para sus intereses políticos, pues el voto femenino quedaría signado por la voluntad de los curas, a quienes las mujeres harían caso. Además, plantearon que con plenos derechos políticos, ellas serían una competencia en la búsqueda de cupos en el congreso.
Se realizaron encuestas radiales y en revistas sobre el tema y se les preguntó a mujeres seleccionadas, y de alguna manera ya adoctrinadas, si querían el voto. La negativa ganó.
En otra oportunidad Calibán señalaba “salvémosla (a la sociedad) y no la sometamos a la prueba insensata del voto femenino, que será el paso inicial en la transformación funesta de nuestras costumbres”. Pensaba que “del sufragismo no se ha dejado contagiar en Colombia sino una ínfima minoría. El sarampión sufragista pasará pronto. Ojalá sin dejar huella”. Otro columnista de la época, Julio Abril, del periódico El Siglo, afirmaba: “ser feas es lo único que no se les puede perdonar a las mujeres. De la misma manera que ser sufragista es lo único que no se les puede perdonar a las feas”.
Lo atrás relatado hace parte de un proceso de varias décadas, que comenzó en 1932 al reconocérsele derechos civiles a las mujeres, o sea de administración de sus bienes, contratación y negociación autónomos, pues antes su patrimonio y actividades económicas eran regentados por su esposo, padre o tutor. En 1933 tres parlamentarios conservadores - Augusto Ramírez Moreno, Joaquín Estrada Monsalve y Antonio Álvarez Restrepo, presentaron un proyecto de reforma constitucional que buscaba darle el voto a la mujer, el cual solo resistió un debate. López Pumarejo quiso que en la reforma constitucional de 1936 se consagrara el voto femenino, pero su mismo partido Liberal bloqueó la iniciativa con la recurrente objeción de que los curas manipularían a las mujeres para que favorecieran en las urnas al partido Conservador. Luego vinieron otras iniciativas fallidas en 1944, 1945 y 1949. Finalmente, durante el gobierno del general Rojas Pinilla, y en el marco de la Asamblea Nacional Constituyente que el gobernante de facto convocó, mediante el acto legislativo número 3 se concedió el derecho al voto a la mujer. Ahora bien, la comisión encargada de estos asuntos en dicha asamblea estaba reticente a introducir la reforma. Requirió de un llamado de atención del propio general Rojas para aprobarla.
La otra cara de la moneda de esta historia es el trabajo valeroso, sin pausa y con muchos sacrificios de cientos de mujeres a lo largo de todo este tiempo. El voto para ellas no llegó como un regalo, fue su voz y reclamo lo que finalmente lo hizo una realidad. Se destacan entre muchas Esmeralda Arboleda de Uribe y Ofelia Uribe de Acosta.
Esta historia, que nos produce un gran asombro, se me hace muy parecida a la de la búsqueda de la paz en Colombia. Ojalá estemos en un momento como el de 1954 y no en medio del pantano, los intereses mezquinos y la bulla que precedieron a la definitiva aprobación del voto para la mujer.
Que la paz llegue por fin y se instale definitivamente.
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