Falta que se firme el acuerdo final, el pacto de paz definitivo entre las partes. Pero la guerra ya terminó. Sin duda alguna, la guerrilla de las Farc no existirá más. Esta es la única consecuencia posible del acuerdo parcial firmado hace una semana entre el Gobierno Nacional y este grupo armado ilegal. El 23 de junio de 2016 entrará pronto a ser una fecha histórica en toda nuestra vida republicana. De esto no puede caber la menor duda. Este día se acordó ponerle fin a una confrontación armada de más de cincuenta años, a una guerra que marcó la segunda mitad del siglo pasado y lo que llevamos del presente.
El fondo y la forma, el texto y el acto, son contundentes respecto a un hecho hasta hace poco impensado: el fin de la guerra con las Farc. El texto del comunicado conjunto número 76 de la mesa de negociación, el cual contiene el acuerdo del Gobierno y las Farc respecto al cese al fuego y hostilidades bilateral y definitivo y la dejación de armas, las garantías de seguridad y la refrendación; así como el acto en el cual se hizo público este acuerdo son inobjetables respecto a la intención seria y decidida de los firmantes de acabar la guerra para siempre.
Cuando se lee el acuerdo*, que en realidad son tres que van en un mismo documento, se evidencia la seriedad de lo pactado y la claridad con que se traza un camino para ponerle un punto final a la confrontación armada. Es un adiós a las armas por parte de esta guerrilla. Un final tejido conjuntamente entre los hasta ese día enemigos de guerra. Y es preciso destacar el papel de primer orden, central, que tuvieron las Fuerzas Armadas en la construcción del acuerdo. Nadie puede decir en este momento que este proceso de paz se haya llevado a cabo a espaldas de las fuerzas militares, pues ha contado con miembros suyos como actores definitivos del mismo. La figura del general Jorge Mora de principio a fin de las negociaciones lo dice todo.
Con claridad y sin ambages queda establecido que una vez se firme el acuerdo final los guerrilleros se concentrarán en ámbitos territoriales bien delimitados, serán 23 veredas y ocho campamentos. Las Fuerzas Militares serán garantes del desplazamiento de los guerrilleros hasta estas zonas, así como las Naciones Unidas velarán por el cumplimiento de lo pactado durante todo el tiempo que dure la concentración. La entrega de las armas es una realidad con tiempos y protocolos bien establecidos, así como la protección de la población civil en dichas zonas y la vigencia de la autoridad estatal. Se puede afirmar, sin lugar a dudas o a equivocación, que las Farc como guerrilla armada deja de operar, y dejará de existir seis meses después de firmado el acuerdo final. Igualmente, y de gran importancia, se estableció un sistema de seguridad y protección para quienes abandonen las armas. Por último, ambas partes aceptan que el mecanismo de refrendación ciudadana para el acuerdo final será el que en últimas defina la Corte Constitucional luego de su estudio de la ley sobre el plebiscito para la paz.
Lo formal por su parte también fue contundente el pasado 23 de junio. Sobra decir que el Secretario General de la ONU no asiste a un evento de trámite y que no conlleve la certidumbre de un acuerdo sincero entre los antiguos contendientes. No pocos presidentes e importantes miembros de la comunidad internacional concurrieron a la cita de La Habana, y no fueron para prestarse a una farsa. En últimas, pensar algo contrario a lo que el texto y el acto dicen con nitidez y claridad es torcer la realidad, es invitar al engaño. Por eso, en sana lógica, esta es una guerra que ya terminó.
*Texto completo del acuerdo: https://www.mesadeconversaciones.com.co/comunicados/comunicado-conjunto-76-la-habana-cuba-23-de-junio-de-2016
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