No cabe la menor duda de la crueldad de las Farc en el ataque al ejército en el Cauca el pasado martes 14 de abril cerca de la media noche. Murieron 11 soldados y 17 quedaron heridos. Imágenes del lugar de los hechos y de los muertos circulan por internet. Literalmente descarnadas. Impresionantes. Imágenes que no pasarían el filtro de un noticiero, pero hoy no existe filtro alguno y cualquier teléfono puede difundir al mundo entero algo así.
Este muy desafortunado evento ha levantado un sentimiento muy fuerte de rechazo contra los agresores. No es para menos. Una profunda rabia, con base en la cual se reclama al gobierno y al presidente Santos. Se pide dureza con la guerrilla, poner condiciones más severas en la mesa de negociación, plazos perentorios e incluso terminar de una vez por todas el proceso de paz.
Las negociaciones de La Habana recibieron un fuerte golpe con los eventos del Cauca. Se les generó una fisura que no será fácil remediar pronto y que exigirá resultados concretos de la mesa de diálogo, y pronto, para que la debilidad del proceso de paz no pase de momentánea a permanente. Adicionalmente, la repetición de hechos similares podría acabar con las negociaciones.
Sin embargo, a pesar de lo delicado de la situación, de la sensibilidad que despierta lo sucedido, es preciso hacer un esfuerzo y mirar un poco más allá de los hechos.
Con respecto a aquellos que reclaman la ruptura, cabría que hiciéramos una reflexión: si efectivamente se rompiera el proceso de paz ante este hecho ¿Qué se espera que suceda después? Si se cree que al proceder así los eventos de muerte, sangre y dolor desaparecen, estaríamos en un grave error, pues sucedería todo lo contrario: las muertes del Cauca se multiplicarían por diez, literalmente.
Para muchos, este proceso de paz es dilatante, mal conducido por el gobierno y en ocasiones es tildado de farsa. Igualmente, se aduce, por sofisticados analistas, que ante una estrategia de las Farc, en la cual ellos ganan todo, se opone una inexistente del gobierno que lo entrega todo. Nada de esto es verdad.
Así sus críticos lo vean de esta manera, y parte de la opinión sea escéptica, este es un proceso de paz serio, con un norte claro y con muchas más posibilidades de salir adelante que todos los que se han adelantado con las Farc en el pasado. Romperlo es condenar al país a muchos años de violencia, en los cuales la muerte de soldados y civiles volvería a ser algo cotidiano.
El proceso de paz sí avanza. Lo que sucede, es que cualquier negociación de un conflicto armado, de una guerra, es compleja y la delicadeza de sus puntos exige un máximo cuidado. No podemos olvidar que estamos procurando terminar a través de un acuerdo una confrontación de más de medio siglo, que ha dejado miles y miles de muertos, millones de afectados y dolores enormes. Justo en este momento los negociadores tratan en la mesa el asunto más espinoso de todos los que tienen entre manos: las consecuencias jurídicas de los delitos cometidos en esta guerra, es decir, qué justicia se va a aplicar.
Lo del Cauca no puede volver a suceder, las Farc lo tienen que saber ya. Así como tienen que parar cualquier acción delictiva de su parte. De todas maneras, para que en el terreno no sucedan hechos dolorosos y perturbadores, tarde que temprano tendrá que llegar un acuerdo de ambas partes para que los fusiles se silencien.
Acabar estas negociaciones sería tremendamente dañino para el país. Y si se piensa en aquellos que viven la violencia de primera mano, como soldados y campesinos, lo mejor para ellos es terminar la guerra muy pronto. El proceso de paz es el mejor camino.
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