Pasaron las elecciones y su tensión; terminó el mundial y su emoción. El último mes fue de vacaciones de casi todos los temas que mueven el interés de la opinión pública.
Fue un receso grato, pues la mayor parte del tiempo se siente una saturación agobiante de tantos asuntos urgentes por resolver, enderezar o arreglar, cuya solución se ve difícil, cuando no imposible.
Ya de vuelta a lo cotidiano reaparecen los temas, los problemas, los escándalos y los
interminables debates. Entre todo sobresale el más importante asunto que tenemos entre manos los colombianos: el proceso de paz con las guerrillas.
El proceso con las Farc entró ya de lleno a tratar el asunto más importante de la negociación: las víctimas y la justicia. Este es el alma de la negociación, no cabe la menor duda. Claro que los otros temas son importantes: la cuestión agraria, la participación política y el futuro de las guerrillas en la vida civil y política. Sin embargo, en estos puntos es posible llegar a acuerdos sensatos para ambas partes.
El tema de las víctimas, por su parte, toca el asunto más penoso, doloroso y vergonzoso de lo que ha sido esta eterna guerra. Y no será fácil su tratamiento en la mesa. La fórmula ya muy conocida de "verdad, justicia, reparación y compromiso de no repetición", si bien encierra todo lo que se requiere en este punto, implica un camino largo, arduo y penoso para todos: víctimas, victimarios y sociedad.
Si bien es cierto que hay ya una tradición consolidada en el país, tanto en la academia como en los medios de comunicación, de registrar el testimonio de las víctimas, del incontable número de personas que han sufrido el conflicto armado en carne propia, es menester saber que ese relato seguirá produciéndose y gravitando por mucho tiempo en la sociedad y que hará parte inevitable e ineludible de la vida de millones de personas.
En la medida en que exista atención y cuidado por lo que ha sido la tragedia vivida por tanta gente, se podrá seguir adelante en la construcción de una sociedad más sana. Ese dolor tal vez nunca se extinga, pero reconocerlo y acompañar de corazón desde el Estado y la sociedad a quienes lo han padecido, es fundamental para aligerarlo y hacerlo soportable, que pueda coexistir con lo nuevo que traiga la vida para estas personas, que ojalá sea bueno.
Por el lado de los victimarios no es más fácil el trabajo. Claro que tienen que llegar al pleno reconocimiento de todo el daño causado. Pero el camino para llegar a esto no es tan sencillo como parece.
No es solo asumir una responsabilidad en una declaración, es iniciar y transitar un proceso de transformación que permita volver los pasos por todo el horror causado, por el sufrimiento de los demás y propio.
A partir de ese honesto trasegar los guerreros se encontrarán con su propio dolor, que incluye lógicamente el causado, y podrán iniciar un camino de expiación y enmienda. Este es un camino que poco tiene que ver con la política como la conocemos y que está mucho más en el terreno del espíritu.
La transformación sincera de quienes han causado un daño tan grande hará posible, de una manera poderosa, que una buena dosis de alivio llegue a las víctimas. Entonces, lo que venga más adelante será menos difícil de tratar. Esta tarea también la deberán emprender muchas personas desde el Estado y la sociedad misma, porque desde estos lugares también se ha ejercido violencia.
Un acuerdo de paz del Gobierno con las guerrillas no produce de por sí una sociedad armónica y sin conflicto. Pero se habrá dado el primer paso. Por lo menos dejarán de existir estas organizaciones armadas con todo su poder de daño y destrucción. Solo por mencionar algo: los miles de soldados y campesinos que han sido mutilados por las minas antipersonas reclaman que la guerra termine. Hay que evitar que esta tragedia cotidiana continúe. ¿Que vienen nuevos problemas y retos con base en los acuerdos que se suscriban? Entonces, ya llegará el momento de resolverlos. El primer paso es parar el desangre. Como dice el iluminante informe sobre medio siglo de guerra elaborado por el Centro de Memoria Histórica ¡Basta ya!
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