Justo con el primer chispazo que encendió la disolución de la Unión Soviética hace 25 años, brotaron, renacieron, viejas tensiones reprimidas por mucho tiempo entre naciones y regiones que por más de siete décadas estuvieron bajo el dominio del gigante comunista.
Una de tantas disputas, la mayoría de las cuales condujeron a guerras fronterizas o civiles, fue la que se dio en Georgia, la que enfrentó por las armas entre 1992 y 1993 al poder central de este país del Cáucaso con su provincia occidental de Abjasia.
“Mandarinas” es una película realizada por los mismos participantes de esta guerra. Una película sublime. Enmarcada en un ambiente campesino, modesto y rústico, pero de una gran dignidad, recrea en una historia íntima muchos sentimientos que surgen en la guerra y, al mismo tiempo, otros más elevados que están por encima de la guerra y son guía para la convivencia humana. Todo con una música conmovedora, violines y cuerdas que transmiten tristeza, pero también profundidad del alma.
Ivo, un hombre mayor, que vive solo en su cabaña, pues su familia regresó a Estonia, el país lejano del que él es originario, es el personaje central de la película. Su autoridad moral, sentido común, solidaridad y sabiduría, son el antídoto para el despropósito de la guerra, para su odio y demencia, para su destrucción y muerte.
Justo en frente de la cabaña de Ivo, dos soldados georgianos se enfrentan a dos mercenarios chechenos proabjasianos. Dos mueren y dos quedan heridos. Ivo entierra a los muertos; eso sí, tomando las previsiones necesarias para que sus familiares puedan en un futuro saber dónde están enterrados. Dos quedan heridos: un georgiano y un checheno. Ivo los lleva a su casa para curarlos, para salvarles la vida. Y a través de una convivencia forzada, Ivo los va llevando del odio y el deseo de matarse entre sí a verdaderos sentimientos de empatía y la disposición incluso de dar la vida el uno por el otro. Todo comienza con una presentación: “Bueno enemigos, él es Ahmed (el checheno) y él es Nika (el georgiano)”. Es el ejemplo de Ivo lo que los transforma. Y sobra decir que puso su propia vida en peligro por hospedar y curar al uno y al otro.
Al tiempo que todo esto pasa, Ivo construye cajas de madera para empacar la copiosa cosecha de mandarinas de su vecino Margus, la cual corre el riesgo de perderse, pues no hay quién la recoja debido a que los pobladores estonios se han ido a causa de la guerra. Dependen de que unos soldados vengan a colaborarles con la labor un día específico. Y al mismo tiempo que las mandarinas revelan el drama de cualquier población civil, también son el eslabón que hace el milagro de construir un sutil primer acuerdo entre los soldados enemigos, los que luego van ahondando en su mutua humanidad, en esa humanidad que es inexorablemente compartida y el único elemento que puede hacer posible la paz.
Más allá de similitudes con nuestra realidad, y no sería difícil encontrarlas, pero también sería tonto buscarlas, la película Mandarinas encierra la guerra y la paz, sobre todo el camino para llegar a esta. Un camino que empieza en el corazón.
Para quienes creen que es posible lograr la paz en Colombia, vale la pena ver la película. Para quienes creen que se debe seguir la guerra, también vale la pena.
Película y música para mover el corazón.
Hay una paz posible, la que es capaz de forjar Ivo.
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