Las Fuerzas Militares de Colombia han vivido nuestro conflicto armado y la tremenda violencia derivada de él de una manera muy intensa a lo largo de más de cincuenta años. Una violencia que se ha ido tornando más y más virulenta y dañina. Han sido, en representación del Estado, el elemento de choque armado contra la insurgencia. Y en definitiva, gracias a la acción militar la guerrilla no se ha tomado el poder, pues sin la oposición de las armas no habrían vacilado en hacerlo. No cabe duda de que ese escenario habría sido catastrófico, como lo ha enseñado la experiencia en tantos países.
Miles y miles de militares han sacrificado sus vidas en defensa del Estado colombiano a lo largo de décadas. Esto hay que honrarlo y agradecerlo. Y claro que ha habido heroísmo.
Sin duda, el sufrimiento ha estado presente en el espíritu de los militares a lo largo de nuestra guerra interna. Son ellos los que han muerto en combate, los que han quedado mutilados, los que han sido heridos, los que han vivido en permanente zozobra, siempre al borde de perder la vida. Y algo que casi nunca se cuenta, son ellos los que han tenido que matar, los que han vivido los combates. Nadie sale incólume de la guerra, la mente y el espíritu se resienten. En algunos de manera grave y permanente. Esto es una constante de todas las guerras en todas las partes del mundo. Hoy se le llama a esta condición Síndrome de Estrés Postraumático. Situación que creo hemos soslayado en Colombia.
Sin embargo, como es ineludible en una confrontación tan larga, los militares también han tenido sus páginas negras en su oficio, y no solo son los falsos positivos, que es lo más reciente. Represión y tortura en los años sesenta, setenta y ochenta. Desapariciones de enemigos o sus aliados, asociación con los paramilitares y permisividad con el narcotráfico. Era casi imposible que no sucediera, y si bien no fue generalizado, tampoco se puede negar. Un hecho obvio de la guerra. Así como los Aliados también cometieron atrocidades en la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo el innecesario bombardeo de Dresden en Alemania en 1945.
Los militares son tan humanos como todo el mundo; el rótulo de héroes, del cual abusan los políticos en su uso para referirse a ellos, si bien les hace un reconocimiento merecido, también oculta esa condición humana con todas sus facetas, especialmente su sufrimiento.
Un acuerdo de paz con las guerrillas reducirá de manera sustancial la exposición de los militares a la violencia. Y si bien su preparación es para la guerra, entre menos vayan a ella mejor. Este es el camino de la civilización.
Es obvio que a lo largo de la confrontación sentimientos como el odio por el enemigo, el deseo de venganza, el resentimiento y el querer ver al adversario castigado, se asientan de manera muy fuerte, y es difícil cambiarlo. Pero hay que entender que a pesar de ellos hay que lograr un acuerdo de paz, pues de lo contrario llevaremos esta guerra a cuestas por muchos años más, como enfermedad incurable que nos deja a medias para siempre.
Los beneficios de un proceso de paz que salga adelante son también para los militares, no cabe duda. Y van mucho más allá de los militares. Son para todos los colombianos.
En buena hora el presidente Santos nombró como ministro de Defensa a Luis Carlos Villegas, cuya tarea fundamental es establecer el balance necesario entre la defensa y sostenimiento de la institucionalidad militar y la necesidad de sacar adelante el proceso de paz con las guerrillas. El ministro lo entiende mejor que nadie y como ninguno sabe hacer la tarea. Villegas es el ministro para este momento.
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