Las elecciones de este domingo 25 de octubre estarán regidas por patrones que han venido haciendo presencia en la política electoral colombiana desde hace más de una década, algunos de los cuales se han agudizado para mal. Al mismo tiempo hay algo nuevo que merece ser destacado.
Luego de las dos últimas reformas político-electorales obtuvimos una muy conveniente reducción de partidos; sin embargo sigue existiendo una miríada de candidatos que abruma al votante; cientos y cientos de candidatos cuya publicidad inunda las ciudades, todos con sus fotos sonrientes y sus respectivos eslogan, la mayoría de estos tontos e ilusos. Esta tendencia continúa y se ve incrementada. Siguen las prácticas corruptas para ganarse los votos, bien sea con dádivas al elector, tal vez más sofisticadas en la mayoría de los casos que los famosos ladrillos y bultos de cemento de hace un tiempo, o los desbordados gastos de campaña. Los oscuros mecenas se dejan entrever, y si bien son como fantasmas, todo parece indicar que se han multiplicado, en su inmensa mayoría son delincuentes: narcotraficantes, lavadores, mafiosos y contratistas del Estado corruptos. Organizaciones estudiosas del tema han revelado recientemente todos estos entramados de ilegalidad y crimen en relación a las elecciones del domingo; por ejemplo se puede visitar la página de la Fundación Paz y Reconciliación (http://www.pares.com.co/), no cabe duda que el asombro y la perplejidad, así como el pesimismo aflorarán luego de leer estos juiciosos informes.
Lo que sí es totalmente novedoso es la ausencia de la amenaza y el accionar guerrillero contra las elecciones. Por su silencio parece que no lo notamos. Pero en este aspecto la diferencia es brutal, no solo respecto a las pasadas elecciones, sino a las de las tres décadas anteriores. Es, de alguna manera, un anticipo de lo que viviremos una vez se firmen los acuerdos de paz con las guerrillas. Una política sin la interferencia de la guerrilla, sin su violencia, es un rédito inmediato que dejarán los acuerdos de paz, y desde hoy podemos saborear un sorbo.
Y este nuevo escenario tan positivo también dejará ver mejor y más claro todo lo malo, que es mucho, de nuestro sistema político. No podrán decir más los gobernantes y políticos al día siguiente de elecciones que “la democracia salió triunfante ante los violentos”, lugar común, sino que podremos ver con más nitidez toda la porquería que abunda en la política colombiana, incluidas otras violencias. Este es un sistema destinado a que no gobiernen los más capacitados para hacerlo, todo está diseñado para que el poder, con muy pocas excepciones, esté en manos de individuos sin escrúpulos, sociópatas y delincuentes, que hacen de la política y las elecciones su más perfecta empresa criminal.
Por otro lado, la tendencia de composición partidista en el mapa nacional cambiará poco. Los partidos de la Unidad Nacional, de lo cual tiene ya poco, conservarán sus cuotas acaparando la mayoría de cargos territoriales. Pero entre sus integrantes: partidos de la U, al cual le queda poco tiempo de existencia, Liberal, Conservador y Cambio Radical, se librará una lucha muy dura por aumentar sus cuotas. La izquierda representada en esta oportunidad por el Polo perderá su principal activo: la alcaldía de Bogotá, y su representación será marcadamente minoritaria. La Alianza Verde, desdibujada en los últimos años, seguirá siendo una opción de tercería débil, muy débil. Sin embargo, es preciso que esta opción se conserve, pues no se puede renunciar a una alternativa para mejorar lo que tenemos. Aunque mucho tendrá que reformarse el Verde si no quiere terminar como los otros partidos: una cueva de oportunistas mediocres. Por último, el partido del expresidente Uribe reducirá marcadamente su participación respecto a las elecciones parlamentarias del 2014. Su único triunfo de importancia será la Alcaldía de Medellín.
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