El recambio ministerial del gobierno del presidente Santos, anunciado la semana pasada, me recordó la sección “Lo mismo que antes” del programa de humor político “Zoociedad” de Jaime Garzón. En dicha sección se contrastaban declaraciones políticas o del gobierno del momento con otras hechas mucho tiempo atrás, veinte o treinta años antes. En ambas declaraciones se podían escuchar las mismas palabras, las mismas promesas, y nunca pasaba nada. Era una burla a la grandilocuencia permanente de los políticos y los gobiernos, que contrastaba con una realidad que no se movía un ápice de su sitio. Más como remembranza: la sección del programa de Garzón tuvo su inspiración en un simpático noticiero del gobierno de Alemania Federal de los años sesenta y setenta, que se llamaba “El mundo al instante” y que era emitido en los cines, en blanco y negro, antes de la película - lo recuerdo con cierto gusto, pues hacía parte de mis primeras idas a cine con mi papá.
Pues bien, dijo el presidente Santos que este era el gabinete para la paz. No quiero hacer un análisis detallado de sus cambios, pues ya se han ocupado bastante de esto, además, perderse en el detalle poco nos ayuda para mirar más allá de un evento coyuntural. Dicho sea de paso, nos mantenemos engolosinados con la coyuntura, con lo puntual, con la anécdota, no de otra manera se explica la estructura de los noticieros de televisión que tenemos. Pero lo que sí es importante decir es que el reciente cambio hace parte de una dinámica rutinaria en el gobierno, que sigue una larga tradición de cumplir con acuerdos políticos milimétricos y hacer pequeños ajustes. Esta tradición, por decir lo menos, nos ha acompañado desde el Frente Nacional, tal vez con las excepciones de los gobiernos de Barco y Uribe. En el primer caso con la intención de modernizar la política nacional bajo la estructura de un gobierno y una oposición; en el segundo por la existencia de un caudillo omnímodo que por el contrario no requería estructura alguna. Excepto estos dos eventos, siempre hemos estado presos, los ciudadanos y la sociedad, de los entresijos de la política menuda y sus equilibrios, que casi siempre son más pensados por el interés y la ambición de los políticos que en beneficio de todos.
Los ciudadanos siempre queremos que en los cargos públicos estén los más capacitados para el oficio. Vana ilusión. Miremos por ejemplo lo que ha pasado con dos ministerios claves para el país: Justicia y Medio Ambiente, ambos fundamentales para un buen gobierno. En el primero, Justicia, se retiró un jurista de peso y decente funcionario, Yesid Reyes, para aspirar a la Fiscalía General de la Nación. En su remplazo el presidente nombró a Jorge Eduardo Londoño, sin ninguna tradición o trabajo reconocido en temas jurídicos, pero político en ejercicio y quien, al parecer del presidente, podría atraer a los verdes a su gobierno. No cabe duda de que el nuevo ministro entrará a tientas a su despacho y poco podrá aportar a una mejor justicia en nuestro país, asunto crítico en este momento. En el segundo, Medio Ambiente, fue nombrado Gilberto Murillo, exgobernador del Chocó y representante de la comunidad afrocolombiana. Habrá que darle un compás de espera y evaluarlo con base en las decisiones que tome. Pero lo que sí hay que decir es que los ministros de ambiente nombrados durante los gobiernos de Uribe y lo que va de Santos han sido desastrosos y, por qué no decirlo, ofensivos. Ni uno solo con tradición en los temas ambientales, ninguno reconocido en el sector o sensible a este tema vital para nuestro presente y futuro. Comodines en un juego de poder sordo a las necesidades reales del país. Es que eso es generalmente la política. ¿Cambiarán las cosas algún día?
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