Hace unos meses leí algo muy simpático en Facebook, que a su vez revela una agobiante realidad de lo que hoy se llama “las redes sociales”: en el mensaje aparece una foto de Abraham Lincoln al lado de un texto que dice: “No creas todo lo que leas en internet, sólo porque hay una foto con una cita al lado” -Albert Einstein (filósofo griego). Son una imagen y un texto que no requieren explicación.
El internet y los teléfonos celulares han cambiado radicalmente la comunicación en el mundo entero y también han modificado sustancialmente la vida en sociedad. Recuerdo el primer correo electrónico que escribí en 1996 a un querido amigo que estudiaba en Inglaterra y cómo me lo respondió al día siguiente. Esto, que hoy es como respirar, en ese entonces era algo tremendamente exótico y novedoso. Con el paso del tiempo hemos visto el desarrollo y crecimiento de la comunicación que ocurre en esta nueva cuarta dimensión. Inicialmente era solo el correo electrónico, todo se movía por esta ruta, además de los correos individuales, una cantidad inagotable de mensajes colectivos que llegaban por allí: recomendaciones de salud, paisajes del mundo, reflexiones para una vida sabia, citas de espiritualidad, iniciativas de protesta política, etc. Luego todo este material se movió a Facebook y ahora se mudó a WhatsApp.
Nadie duda de la inmensa utilidad y comodidad que representa el uso de estas herramientas de comunicación, y del hecho de que hoy hacen parte de la vida cotidiana minuto a minuto, como caminar o comer. Sin embargo, como tantas cosas en la vida, existen dos caras de la moneda, y el internet y todas sus posibilidades no son la excepción. Estamos padeciendo ya una contaminación brutal de escritos, fotos y videos que nos llegan por diestra y siniestra y que prácticamente nos invade todo el tiempo, a todas las horas, incluso en la noche mientras dormimos. Sin darnos cuenta nos convertimos en esclavos del celular, de sus sonidos e imágenes. El WhatsApp repica más que los latidos del corazón, desviando nuestra atención del momento presente, de la persona que tenemos al frente, de las comidas, del caminar, de responsabilidades como manejar, y lo más importante, de estar conectados con nosotros mismos.
Una superficial sabiduría invade nuestras vidas, todo dicho a nombre de figuras históricas. Y bien se saca de contexto lo que dijeron, se miente sobre la autoría o se acomoda con facilismo en fórmulas insulsas. Cualquier cosa se le atribuye al papa Francisco, a Gandhi, a Einstein, al Dalai Lama, al Buda, y así con muchos personajes más. Son cadenas interminables e inagotables de mensajes, que llegan una y otra vez y que prácticamente no nos dan respiro.
Hace pocos días me llegó por WhatsApp una presentación en la cual a través de la pedagógica herramienta de pensar la población mundial como si fuéramos 100 personas, se presentaba una información muy útil de demografía. Algunos datos no ofrecían cuestionamiento alguno, pero otros eran totalmente falsos. Por ejemplo, se dice en este video que el 80% de los seres humanos viven en situación de extrema pobreza en el mundo, o sea unos 6.000 millones de personas. Resulta que esta cifra, según el Banco Mundial, es de 9,6% de la población mundial, o sea 700 millones de personas. Se menciona que el 70% de los humanos son analfabetos, o sea 5.250 millones, cuando en realidad esta cifra llega a 780 millones según la Unesco. Esta es una muestra de la desinformación y mentiras que circulan libremente por internet.
También es bueno decir que cada vez más estos medios de comunicación se parecen a una emisión de Sábados Felices, una película de terror y un programa de videos curiosos, todo en un mismo programa, saturando la memoria del teléfono y sobre todo, malgastando nuestro tiempo. Por otro lado, todo el mundo quiere dejar constancia de todo lo habido y por haber, hasta de las sobras de su plato en el almuerzo. Y todos estamos en la obligación de contestar todo. Una esclavitud que no da reposo.
Quien crea que esta mirada es cercana a la realidad, podría ayudar mucho reduciendo sustancialmente sus envíos e intervenciones. Tal vez un poco de silencio nos vendría bien.
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