El proceso de paz con las Farc discurre en líneas paralelas: por un lado está lo que sucede en la mesa de diálogo y negociación de La Habana, y por el otro lo que sucede día a día en Colombia, básicamente en términos de la confrontación armada, y también en cuanto a apoyos y ataques que tenga la negociación en la política, la opinión y la ciudadanía. De cómo estas dos dimensiones se relacionen depende el éxito del proceso y de una futura paz.
La Habana está dando sus frutos: un trabajo permanente y juicioso de la mesa ha ido produciendo los acuerdos parciales que van construyendo el acuerdo final. Cada vez estamos más cerca de dar las puntadas finales. No cabe duda. Lo último fue el pacto bilateral para la creación de una comisión de la verdad, que una vez firmado el texto final que cierra la negociación, empezaría sus labores, las cuales durarían tres años. Esta comisión tiene una función fundamental, supremamente importante para recomponer y aliviar el espíritu de la nación, y también para esclarecer responsabilidades morales de diferentes actores sociales e individuos en esta historia de violencia de más de medio siglo. Si hay seriedad en todo lo relacionado con la comisión de la verdad recién creada, y si el país tiene oídos para escuchar sus conclusiones, podremos obtener un enorme aprendizaje para la convivencia futura y realizar un profundo acto de expiación colectiva respecto al pasado de sangre y sufrimiento. Ojalá el ruido diario de la política y sus intereses mezquinos se silencie para permitirnos escuchar lo que de verdad hay que escuchar.
También en La Habana se está discutiendo justo en este momento un tema central, supremamente arduo: el establecimiento de responsabilidades penales para los crímenes cometidos durante la confrontación. Por primera vez en la historia, las Farc han dado señales de estar dispuestos a aceptar las suyas. Si bien sus declaraciones son contradictorias y en ocasiones cínicas, no cabe duda de que se están moviendo a aceptar responsabilidades. Esto es un cambio enorme y vital para que pueda firmarse un acuerdo de paz.
Al mismo tiempo que La Habana avanza, en los últimos dos meses en Colombia las Farc han venido cometiendo infinitas torpezas en el terreno de la confrontación. Torpezas de cara a la negociación, que al mismo tiempo son actos de crueldad con la población: dejar sin energía eléctrica a aproximadamente un millón de personas en varias regiones por varios días, un municipio sin agua, derrame de petróleo de 19 camiones cisterna y voladura del oleoducto Transandino en Nariño, estos últimos dos actos con graves daños ambientales. Todas estas conductas constituyen acciones criminales y violaciones al Derecho Internacional Humanitario. También hay que contar con la muerte de un buen número de miembros de la Fuerza Pública, incluido un coronel. La guerrilla tiene que entender que la sensibilidad de la ciudadanía y la opinión ya no aguanta este tipo de comportamientos. Y que tan importante es lo que sucede en La Habana como lo que pasa aquí. Hay que decir que el Gobierno también ha cometido sus propios errores en este terreno.
El 20 de febrero de 2002, las Farc secuestraron un avión que despegó de Neiva y lo aterrizaron en una carretera del Huila, llevándose al entonces senador Jorge Eduardo Géchem. Ese fue el toque final para acabar con el proceso de paz del Caguán, el cual ya estaba maltrecho. Ese día Raúl Reyes llamó a reclamar el porqué no habían llegado los negociadores del gobierno a la mesa. Se le dijo que si bien estaban en camino habían tenido que regresarse debido al secuestro del avión. Reyes nunca entendió que las líneas de negociación y confrontación se tenían que cruzar en algún momento, que llegaba un punto en que la negociación no aguantaba más violencia. Ojalá la guerrilla lo entienda hoy y pare sus cruentas acciones. Gobierno y Farc tienen que trabajar para lograr esto, solo así saldrá adelante esta ilusión de paz. El cese al fuego sigue siendo una buena opción.
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