Un seguimiento sistemático a las noticias que surgen de La Habana, las esperanzadoras y las preocupantes, las que empujan el proceso y las que parecieran que le ponen palos a la rueda, las sensatas y las que no lo son, indican a todas luces que el Gobierno nacional y las Farc van a firmar un acuerdo de paz el año entrante. Un acuerdo que cambiará la historia republicana de Colombia. Y si el Eln sigue la misma senda se completará el círculo virtuoso. El camino para esta paz se está recorriendo acertadamente: se firmará el acuerdo, los ciudadanos lo confirmarán a través de una votación, la Corte Constitucional le dará el visto bueno jurídico y la comunidad internacional, incluida la Corte Penal Internacional, respaldará lo hecho. Claro que lo que queda pendiente es difícil de acordar, pero se acordará. Es que la guerra no da más, hay cansancio de guerra.
En este contexto es preciso prestar atención a un reclamo de las Farc, aquel relativo al paramilitarismo, el cual se expresa hoy en día por medio de las bandas criminales emergentes o Bacrim, por ejemplo los Urabeños o los Rastrojos. Si no se diezman de manera radical estas manifestaciones criminales, persistirá el riesgo de vivir una arremetida feroz contra todo lo que les huela a Farc e izquierda a esas fuerzas sicariales y a sectores y líderes de una derecha radical y visceral.
Si se sobrepasan los obstáculos presentes, lo cual tiene una alta probabilidad, estaremos en un escenario totalmente inédito, para fortuna de todos. Entonces en tal ambiente, podremos ver mejor ese cúmulo de violencias que nos atraviesan como sociedad, en nuestras relaciones cotidianas, y que de algún modo se han olvidado o negado bajo la sombra de la violencia más evidente que hemos padecido, la del conflicto armado.
La violencia dentro de la familia, en las relaciones de trabajo, en la educación, en la economía, en la calle. Violencias que no son exclusivas de nosotros, que agobian a la gran mayoría de sociedades del mundo. Pero no por estar tan extendidas debemos soslayarlas argumentando que son de la naturaleza humana, pues estas violencias sutiles, invisibles y reprimidas alimentan de manera brutal las más visibles: nuestra guerra aquí y la del Medio Oriente allá; a las bandas criminales y al narcotráfico; al extremismo político y al terrorismo.
El trabajo que hay que hacer para reducir esas violencias invisibles y sutiles, pero que engendran monstruos sociales, no depende de grandes decisiones del Estado, de las famosas ‘políticas públicas’, su núcleo está en el interior de cada persona, en el compromiso de cada individuo. Es cada persona quien puede, con un meticuloso ejercicio de autoobservación y de responsabilidad en sus acciones, manifestar esa paz más amplia y profunda que requerimos para lograr mayor bienestar social y humano.
Solo por citar ejemplos de violencias invisibles que terminan afectando a millones de personas y que no atendemos como es debido: la ambición política y económica que termina arrastrando a políticos, gobernantes, funcionarios, empresarios, profesionales y más gente a que íntimos e inconfesables deseos primen sobre un ejercicio ético de su trabajo. Mientras el éxito y la riqueza tengan la valoración social tan desproporcionada que hoy tienen, no podremos pensar en una sociedad más pacífica.
Las ciencias sociales han ignorado la existencia de un continuo entre lo más visible y lo más íntimo, entre la guerra de las trincheras y la construcción social a partir del espíritu de cada persona. Tal vez sea la hora de prestar más atención al hecho de que todo tiene relación con todo.
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Nota: Invito a los lectores a escuchar una de las más bellas canciones de navidad: For unto us a child is born (Para nosotros ha nacido un niño) del Mesías de Hendel.
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