El 2014 cerró con una noticia impensada para la gran mayoría: el anuncio del próximo restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba. Aquello que se creía que nunca llegaría. El presidente Obama tomó una decisión que en sana lógica es más bien la caída del árbol de un fruto maduro: todas las condiciones estaban dadas para ello.
Este evento es el hecho más importante en la política cubana después del triunfo de la ‘Revolución’ en 1959, y lo es porque es el principio del fin de la misma Revolución. Este cambio en las relaciones entre Washington y La Habana equivale a la Perestroika de Gorbachov en la Unión Soviética, la cual quería ser una modernización y apertura para el socialismo y terminó siendo su propio fin.
Hace 25 años se pensó que la caída del Muro de Berlín y del bloque socialista significaría el fin del régimen castrista, pero no fue así. Contra viento y marea el socialismo cubano resistió. Pasó por el durísimo ‘Período Especial’, emprendió una moderada apertura hacia los negocios con socios extranjeros y más adelante llegó un vertiginoso incremento del turismo, que convirtió a esta actividad económica en su principal sector económico y primera fuente de divisas de la isla. Hace poco se permitió una ampliación en las transacciones económicas entre particulares.
Pero si pasados temporales no derrumbaron al régimen, con absoluta seguridad las nuevas relaciones con Estados Unidos representarán un giro radical en la vida cubana. ¿Qué rumbo tomará la isla? Es incierto. No parece posible una ruptura abrupta como la vivida en la Europa socialista hace 25 años. Con seguridad el gobierno querrá y buscará una transición hacia el modelo chino: apertura económica con férreo control político, pero tal vez esto ya no sea posible, las condiciones internas y externas marcarán otro camino.
Si bien apenas se están dando los primeros movimientos y los republicanos procurarán oponerse al fin del embargo en el Congreso norteamericano, tarde que temprano la sanción caerá y la economía cubana estará atada de manera radical a la norteamericana. Estar a 140 kilómetros de Estados Unidos lo define todo. Miles de inversionistas están ya listos, como atletas esperando el disparo que da la partida a la carrera, para iniciar sus negocios con el vecino.
Cuba, por su parte, tiene condiciones para un despertar económico de consideración. El Estado cubano es totalmente incapaz de satisfacer las necesidades de la población, empezando por el empleo: millones de cubanos en edad económicamente activa no tienen trabajo o están en el rebusque. La infraestructura industrial y productiva está vetusta. Las demandas de consumo totalmente insatisfechas. Y la población ansiosa de unas mejores condiciones materiales y de más opciones para su vida. ¿Y que tiene Cuba para ofrecer? La posibilidad de ser un paraíso turístico: un universo musical inigualable, el sabor caribeño concentrado en su máxima expresión, playas y paisajes de gran belleza y enorme riqueza cultural. Hay que recordar que el turismo norteamericano mueve sumas astronómicas de dinero.
Adicional a esto Cuba tiene la posibilidad de ser un nuevo epicentro manufacturero. En un análisis de costos y beneficios podría llegar a ser más estratégico para los inversionistas de Estados Unidos y otros países maquilar en la isla que en Asia. Y ya se están dando los primeros pasos para esto con la construcción de la enorme zona franca del puerto de Mariel.
Parece que el rumbo económico es claro, algo predecible. La incógnita es cómo se moverá la política y si se llegará a un sistema multipartidista y de democracia liberal. La respuesta a esta pregunta la tendrá en buena medida quien en febrero del 2018 se convertirá en el hombre más poderoso de Cuba: Miguel Diaz-Canel, un ingeniero de 55 años, quien es hoy el vicepresidente y está destinado a remplazar a Raúl Castro.
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