En el año que comienza mañana, se darán profundos y muy serios cambios para el país. El eje de estas transformaciones será el acuerdo de paz que firmarán el Gobierno nacional y la guerrilla de las Farc. Y contando con que también se logrará un acuerdo con el Eln, de esto no cabe duda, se llegará a un escenario nunca pensado de una ‘Colombia sin guerrillas’. Paradójicamente, el eslogan por excelencia de todos aquellos que siempre han apoyado con vehemencia la salida militar y de fuerza sin intervención del diálogo y la política, incluyendo a los paramilitares, se hará realidad a través de un proceso de negociación.
En dos siglos de vida republicana, las guerrillas de las Farc y el Eln han sido los enemigos armados del Estado de más larga duración, más persistentes y más lesivos en su accionar. Esto no es de poca monta. Que su existencia de más de cincuenta años vaya a desaparecer con la firma de un documento, representará uno de los hechos más importantes de toda nuestra historia. Un hecho de esta magnitud, el cual en sí mismo es una bendición, implicará cambios enormes, empezando por la manera de pensar el Estado, la política y las relaciones en la sociedad. Ya no será un Estado para la guerra.
Los acuerdos logrados con la guerrilla, si se cumplen a cabalidad, traerán cambios muy serios en diferentes frentes: en lo rural, con desafíos tan enormes como la restitución de tierras y la generación de un buen vivir para los campesinos; en la política, pues ingresarán nuevos actores, los más notorios los antiguos guerrilleros; en la manera de asumir el fenómeno de los cultivos ilícitos y las drogas ilegales; en la vinculación a la sociedad de los excombatientes, y en la manera de tramitar, de procesar, los crímenes y agravios acumulados de tanta guerra.
Se cerrará una larguísima historia, un libro de miles de páginas que hemos leído por muchos años. Y esto, aunque parezca raro, puede causar una desazón inicial. Todo cambio, así sea muy positivo, implica retos de adaptación. Una patología social tan dañina como la violencia, así suene descabellado, tiene la capacidad de generar adicción y hacer que todo lo que suceda en la sociedad tenga que ver con ella. Empezando por querer vencer la violencia con una dosis mayor de violencia. Y la violencia nunca es la solución, ni en lo personal ni en lo social.
Tal vez por esa dificultad de pensarnos en un escenario radicalmente diferente al que conocemos, es que se está empezando a gestar una campaña por el no en el plebiscito que busca confirmar los acuerdos de paz. Por más promisorio que sea el futuro de paz, siempre hay algo que contradecir, algo que criticar o sospechar, algo que temer. Es la actitud de un hambriento que viendo el plato servido prefiere no comer, sospechando que se le quiere envenenar, en una especie de autosabotaje. Pero no cabe duda de que el sí por los acuerdos de paz será decisión más inteligente que podamos tomar los ciudadanos por la salud del país.
Esta historia nueva requerirá una nueva política y unas nuevas instituciones. En cuanto a la política el 2016 será el año en que despierten las candidaturas presidenciales. Esperemos que la mayoría estén comprometidas con esta nueva historia y que no quieran anclarse en lo viejo, en un pasado idílico que nunca existió.
El reto institucional más fuerte estará en la justicia, en el tratamiento que se le dé a los crímenes de esta pronta vieja guerra. Una justicia que exigirá de todos, no solo de los jueces, también de nosotros mismos, de nuestro propio espíritu.
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