Andábamos “volcaniando” por el Etna. Al pasar por los pueblos ubicados en las faldas admiramos el esplendor de las viñas y los frutales; la feracidad de los terrenos es producida por las lavas volcánicas. Algunos viñedos son de considerable extensión y con la uva “volcánica” producen vinos famosos en Sicilia.
Visitando, muchos años hace, la isla de Lanzarote que pertenece a las Canarias, observé el mismo fenómeno. Allí se encuentra el Parque Nacional de Timanfaya, todo él constituido por una serie de volcanes. La lava, que allí llaman malpaís, proporciona a los habitantes unos terrenos muy fértiles utilizados para sembrar la uva, de la que sacan excelente vino. Se llama malvasía.
A este Etna, de pavorosas erupciones a lo largo de la historia, lo acusan incluso de ser el causante del bíblico diluvio universal. Algunos investigadores, -vaya a ver usted con qué argumentos serios-, dicen que una de esas erupciones y los cataclismos que la acompañaron, como maremotos y sismos, produjeron el diluvio universal. ¿Será? El volcán fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 2013. ¿Y por qué el Ruiz no lo es? Es la importancia de llamarse Etna.
Dicen los vulcanólogos que la más poderosa erupción del Etna en tiempos más recientes ocurrió en 1669. Las investigaciones dicen que en esa ocasión el volcán arrojó 830.000 metros cúbicos de lava y destruyó pueblos, sembrados, caminos y produjo miles de muertes.
Y la que le sigue en importancia destructiva en los tiempos modernos y más cercana todavía a nosotros ocurrió en 1928 en plena efervescencia fascista. En esa ocasión la lava destruyó el pueblo de Mascali. Musolini lo reconstruyó y aprovechó para hacer con ello propaganda fascista. En la nueva iglesia junto con la cruz de Cristo colocaron un símbolo fascista. “O témpora, o mores”.
Después de pasar varios pueblos en uno de los cuales comimos unas cerezas “gigantes” cosechadas en los sembrados abonados por la lava, nos fuimos adentrando por una carretera en cuyas márgenes veíamos dos paisajes entremezclados: arrumes inmensos de lava a manera de ríos petrificados, de color negro, intercalados con manchas vegetales colonizadas por árboles de mediano porte, máximo cinco metros, que en el momento de nuestro ascenso estaban florecidos de amarillo. El paisaje es hermoso por el contraste de colores. Precisamente uno de los pueblos de las faldas lleva un nombre que en árabe significa amarillo.
En las listas que suelen elaborar las entidades del rango el Etna que estamos ahora subiendo figura en dos. En la de “los 10 volcanes más peligrosos del mundo” y en la de “Los 10 volcanes más destructivos del mundo”. En las listas consideran la virulencia de pasadas erupciones, la cantidad de personas y pueblos que se verían damnificados y el tiempo que hace que no han hecho una erupción importante. Previenen también sobre el mayor peligro de “los volcanes dormidos”. Algo así como las moscas muertas, digo yo. Nuestro Galeras figura en la lista de “los 10 más activos y devastadores del mundo”. ¡Quién lo creyera!
Y recuerdan que en 1993 mató a 9 personas que estaban metidas entre el cráter externo y el interno y que 6 de ellos eran científicos, algunos muy destacados. Ya he narrado aquí, creo recordar, algunas aventuras mías con volcanes en Colombia.
Volvamos a nuestra subida al Etna. El día veraniego estaba azul. ¿Ya lo dije? Lo que presagiaba una exitosa ascensión.
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