Andrés Hurtado García
Estábamos caminando extasiados por la Praia de Rodas en las Islas Cíes. Además de la cabaña de los funcionarios del Parque solo existen el restaurante y el sitio de camping. Las islas son rocosas y por ello en la antigüedad las llamaron Siccae, que quiere decir, áridas o secas.
Un camino, en partes en tierra y en partes empedrado, recorre por la orilla del mar, las dos islas que están unidas. Desde ellas la vista de la ría de Vigo es total, incluso se alcanza a distinguir el Puente Rande. Devoto yo de los cementerios, y más si son rústicos, sentí alegría cuando Gerardo nos dijo que hay uno en la isla central, pequeño y totalmente rodeado por un muro de roca granítica y presidido por una cruz también de piedra. Nos desviamos del camino para ir a visitarlo. Lo hice con veneración. No solamente el Pere Lachaise de París, famosos por las decenas y decenas de celebridades allí enterradas, no solo el Staglieno de Génova, Italia, considerado el más bello cementerio del mundo, no solo el celebrado cementerio de los extranjeros en Roma…no solo muchos y bellos de grandes ciudades, también y sobre todo he visitado con especial devoción pequeños cementerios campesinos perdidos en los Andes, en los Alpes, en África, en Asia, en todo el planeta.
Había muy pocos visitantes en las Isla y ello le añadió todavía mayor encanto al recorrido. Para mí, lo he dicho muchas veces, la soledad y el silencio son parte fundamental de la belleza natural y me aferro, sí me aferro, esa es la palabra, al pensamiento de Teilhard de Chardin: "Dejadme sentir la inmensa música de las cosas". Así estaban las islas el día memorable de mi visita, solitarias y silenciosas. Solo nos acompañaban el susurro del viento y el ruido de las olas al chocar con las rocas de la orilla.
Vimos su conejo que se perdió en los matorrales. Ellos y las nutrias son los únicos mamíferos que viven en las islas. En las inmediaciones de estas han encallado y se han hundido varios barcos. El más sonado de los desastres marinos ocurridos en la zona fue el del barco liberiano de bandera de las Bahamas, que se partió y hundió en el mar a 250 kilómetros de Galicia y arrojando 77 mil toneladas de crudo. Se llamaba Prestige. Ha sido el mayor desastre de este tipo en la historia y ocurrió el 19 de noviembre de 2002. La marejada del crudo llegó a las Cíes en enero del 2003 causando irreparables daños ecológicos. Desde entonces España y Francia prohibieron a ese tipo de barcos navegar "cerca" del continente. Desde el aire, porque la vi en fotos, el camino de subida al faro es espectacular. El sendero avanza haciendo muchas curvas que podrían calificarse de simétricas. Lo hicimos despacio gozando del paisaje y del olor de los bosques. Luego nos fuimos al otro extremo de la primera isla, la del desembarco, desde donde la visión de las islas es absolutamente hermosa.
El regreso a Vigo, al atardecer, fue igualmente memorable. El cielo y el mar se incendiaron y las islas se ahogaron en fuertes colores, rojo y naranja, permaneciendo ellas oscuras, a contraluz. "Ah, tristemente os aseguro, tanta belleza fue verdad", pensé recordando a Eduardo Carranza, poeta colombiano. Mi visita a Vigo terminó en el Zoo, que se fundó en 1970 y hace gran labor rehabilitando y salvando especies en peligro y sirviendo de espacio propicio para educación ambiental.
Desde el aire, de regreso a Madrid, en otro día totalmente despejado e inusual en esta temporada de otoño, gocé una vez más del espectáculo de la ciudad, de sus bosques, de la ría y de las Islas Cíes.
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