Vigo, la ciudad más populosa y pujante de Galicia, toda la vida se había "escapado" de mis caminos. Había visitado, por supuesto, no una sino varias veces Santiago de Compostela, y también conocía otras ciudades de Galicia, pero Vigo, "la ciudad olívica" todavía no figuraba ni en mis fotos ni en mi corazón, como lo está ahora, instalada allí, en sitial de honor. Vigo, sencillamente es maravillosa. Me reprocho ahora no haberla conocido antes. Pero en fin… todo en la vida llega, y lo hace en su momento justo.
Llegué en avión desde Madrid. Desde el aire vi la maravilla de la ciudad y su ría y las islas Cíes…¡ah, las islas Cíes que toda mi vida ansiaba conocer!, allá cerrando la bahía…Ya en tierra lo primero que me impactó fue ver una ciudad limpia, ordenada, abierta, alegre, tanto que el más impactante recuerdo que traje de allí fue el de haber visitado una ciudad en la que la calidad de vida de los habitantes es lo fundamental en la mente de las autoridades, calidad de vida reflejada en el cuidado de los bosques y del medio ambiente. La situación de Vigo es privilegiada; se encuentra entre el mar, la ría y las montañas, esparcida entre ellos. La sensación general es de frescura.
Visitándola no se sabe a ciencia cierta si se trata de una ciudad levantada entre bosques o bosques que se incrustaron en el corazón de la urbe. Sea lo que sea, la ciudad huele a bosques y a brisa de mar.
Cuando me explicaron que "in illo témpore" la ciudad estaba rodeada de grandes bosques de olivos, no lo creía. Yo pensaba que los olivos eran casi patrimonio de Andalucía y su tierra ocre, quemada por el sol. Pero no, en este rincón de Galicia, tan lejos de Andalucía, y con una precipitación pluvial de las más altas de España hubo olivares representados hoy en el escudo de la ciudad. ¿Y dónde están los olivares? pregunté. Me explicaron que la reina Isabel la Católica los mandó destruir en venganza por el apoyo que Vigo y sus nobles dieron a Juana la Beltraneja.
Recordemos un poco esta historia. El rey Enrique IV de Castilla, y estamos hablando del siglo XV, estuvo casado en primeras nupcias con la reina Blanca de Navarra y con ella no tuvo hijos, ni tampoco con su segunda esposa que fue Juana de Portugal, y como la culpa era suya, lo apodaban Enrique IV el Impotente.
Enrique "tuvo" una hija, con Juana de Portugal y la llamaron Juana, pero el decir común es que esta niña no era hija de Enrique sino de una relación entre Juana de Portugal y Beltrán de la Cueva, uno de los nobles que acompañaban a Enrique y por eso a la niña la llamaron Juana La Beltraneja. El rey Enrique, por su parte, siempre declaró que la niña era hija suya, cosa que nadie le creyó.
En las encarnizadas guerras de ese tiempo que culminarían con la unificación de España bajo Isabel de Castilla y Fernando de Aragón y que llevarían a España a un período de grandeza con el descubrimiento de América y la expulsión de los moros de su territorio, en un bando estaban los partidarios de Isabel de Castilla y en el otro los de Juana la Beltraneja y precisamente a ésta la apoyaban nobles de Galicia.
Hubo un olivo sembrado por monjes templarios en la puerta de la Colegiata de Santa María. Desparecido de allí, una de sus ramas fue trasplantada al huerto de uno de los nobles de la ciudad y de este lugar su tercera generación fue a parar al Paseo de Alfonso XII donde hoy se lo admira. Tienen a su favor los olivos que son árboles muy longevos.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015