Andrés Hurtado García
El 24 de diciembre todavía me dolía mucho la picadura de la conga. El dolor desesperante duró más o menos dos horas y luego se convirtió en dolor muy fuerte, pero más soportable, durante unas 20 horas más. Tuvimos suerte porque la picadura fue a mí que no sufro de reacciones alérgicas, porque a dos compañeros, como a todos, los picaron los zancudos y se brotaron, uno parecía tener un cuerno en la frente y el otro una bola en el brazo por simples picadura de zancudos. No sabemos qué hubiera pasado si a ellos los hubiera picado la conga.
La noche del 23 llovió duro y al amanecer todavía llovía por lo que solo pudimos salir a caminar a las 12 del día esperando que las cosas se secaran un poco. Ramiro vio un ratoncito en un árbol. Era un ratoncito raro y por supuesto muy hermoso, se dejó hacer tranquilamente las fotos. Más adelante Diego Guevara se topó con una serpiente que parecía una coral, pero no supimos si realmente lo era. Yo conozco de arañas y de culebras y no pude saber exactamente qué especie de coral era, o si no era coral.
Una de las cosas que más amo en la selva son los hongos. Los hay de todas las formas y colores e incluso olores; algunos huelen muy mal. Aparecen en el suelo y sobre los troncos podridos sobre todo en invierno. En una travesía de 11 días, no la más larga que he hecho en mi vida, pero sí memorable, entre Araracuara y la Chorrera en el departamento del Amazonas, encontré un hongo azul. Le hice una foto y luego los científicos conceptuaron que era muy raro y no solamente una especie nueva sino tal vez un género y me preguntaron por qué no lo había traído, y les dije que solo vi uno y traerlo hubiera sido muy complicado y lo único que hubiéramos logrado era traer una mata totalmente aplastada por lo delicada y lo complicado del viaje, y quizás atentar contra una especie de precaria existencia.
En este viaje que estoy narrando encontramos muchos hongos, todos muy bellos y este 24 de diciembre, el dolor de la picadura de la conga no me impidió admirar un árbol "todo de hongos hasta los pies vestido" (casi citando al poeta) que topamos en medio de la selva. Sencillamente espectacular. Todos los hongos, centenares, eran como copitas blancas. El GPS de Mauricio Soler decía que nos faltaban 4 kilómetros para llegar al caño Pirandira, donde queríamos celebrar la Navidad. La tarde estaba ya cayendo. Sentíamos cierto apuro. En la selva caminar no rinde mucho cuando no hay trocha abierta y nosotros no permitíamos que se macheteara sino lo indispensable no tanto para avanzar, sino para ayudar un poco al GPS en el camino de regreso.
Apuramos el paso y llegamos justo casi al anochecer al caño más grande del recorrido. Los porteadores acondicionaron rápidamente el terreno, montamos las carpas y nos preparamos para la celebración de la Navidad. Nuestras Navidades no son las Navidades que llegan porque el tiempo pasa y siempre al final del año el calendario marca la fecha del 24 de diciembre y hay que celebrarla. No, nuestras Navidades son deliberadamente calculadas, escogidas y soñadas en un lugar muy lejos, perdido en la geografía de Colombia o del planeta. No llegan porque deben llegar. Las esperamos con ansia y el entorno de la celebración las magnifica. Hoy caminamos cinco horas y media.
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