Las islas, sobre todo las lejanas, ejercen una atracción irresistible en los nómadas del planeta. Tal ocurre con las de los Mares del sur, que evocan tambores de guerra maoríes y sensuales bailes de las nativas del reino de Kamehameha, Hawai.
No estará tan lejos Sicilia, pero para mí toda la vida fue un sueño visitarla porque sabía que los dioses griegos hicieron allí larga escala y se quedaron en sus templos y teatros. ¿Cómo agradecer a la Cámara de Comercio italiana para Colombia y sobre todo a su dinámica e inteligente directora, Gianna Bressan, cuando luego del viaje a la Puglia me invitó a visitar Sicilia?
Alguien me preguntó en estos días por qué en una conferencia mostrando los paisajes, las ciudades y los encantos de Sicilia, afirmé yo que Empédocles, nacido en Agrigento, Sicilia, era un filósofo griego. Sí, señor, nada menos que el filósofo de los cuatro elementos, que recordamos haber estudiado en la cátedra de filosofía de sexto de bachillerato (hoy undécimo) cuando se enseñaban humanidades.¡Oh tiempos aquellos! Sí, señor, le repetí, como también era griego Arquímedes, natural de Siracusa, Sicilia.
La Grecia antigua no era un país organizado como tal, sino un conjunto de ciudades que se unían para defenderse de un enemigo común, como lo hicieron, por ejemplo, en las Guerras Médicas. Por ello se habla de “la polis griega”. La “ciudadanía” griega no la daba un papel del gobierno o la pertenencia a un país limitado por reconocidas fronteras y gobernado por un rey o tirano o arconte o general que, como era lo habitual en esas épocas, se había deshecho de sus enemigos para acceder al trono. No, ser griego era participar de tres elementos comunes: religión, lengua y cultura. Así que con estas tres características se era griego aún habiendo nacido en las islas del Mediterráneo, en Italia, en el norte de África, en Hispania o en Anatolia. Sucede que todos estos griegos no nacidos en territorio griego eran hijos de colonos griegos establecidos más allá de las fronteras de la Hélade.
El territorio de la Hélade era estrecho para los habitantes que poseía. Por ello y esa es la verdadera causa de la homérica guerra de Troya en general mal explicada por muchos profesores de la materia, por ello los helenos se convirtieron en navegantes y fundaron muchas colonias. Tenían ante sí el inmenso mar, el Mare Nostrum, y bendecidos por el dios Apolo a cuyo oráculo de Delfos se encomendaban antes de emprender el viaje, se lanzaban a la mar. Y así, toda la inmensa cuenca del Mediterráneo se pobló de colonias griegas. Sicilia fue una de ellas.
Pero volvamos sobre una afirmación anterior, antes de que los profesores de literatura me “masacren”. La explicación de la causa de la guerra de Troya no es tan simplista, el robo de una bella princesa. No. Fue un problema que hoy llamaríamos ecológico, la superpoblación de la Hélade. Se presentó Gea, la Tierra, a Zeus y le dijo que no podía ya soportar tanta población sobre la tierra. El padre de todos los dioses ideó entonces una estrategia para solucionar el problema: organizar una guerra. Y aquí está la sabiduría de los griegos; todas las guerras, unas más que otras han contribuido a solucionar, mal que bien, el problema demográfico. Entonces a raíz del matrimonio de Tetis (amante de Zeus) con Peleo, ocurrió el episodio de la manzana de la discordia promovido por la envidiosa Eris y la consiguiente entrega a Paris de la mujer más bella del mundo. Y entonces vino… la guerra entre aqueos y teucros “domadores de caballos”. Así fue la cosa.
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