El famoso Balancín, del que estamos hablando, no es muy grande pero se destaca en el raudal. Cruzando el río hay una pequeña explanada en la margen derecha. Desde que fui por primera vez al Parque Nacional Natural el Tuparro, allá por 1978, quise pasar al otro lado y dormir allí. Todos me lo desaconsejaban por peligroso. Pero… insistiendo, insistiendo y gracias a un excelente motorista que trabajaba en el Parque, dos veces en dos viajes diferentes pasamos cruzando el raudal por la parte más baja, y aparentemente menos peligrosa. El susto fue enorme. Las olas pegaron duro por la banda derecha del bote que cabeceo muy feo y… bueno, logramos pasar. En las dos ocasiones montamos la carpa en la explanada y tuvimos que esperar hasta la media noche a que las piedras se enfriaran pues el ardiente sol del verano las había calentado. La primera vez estábamos acostados al aire libre y una escolopendra apareció entre las rocas y me dio la vuelta completa de cabeza a los pies. La metimos en una botella y al día siguiente ya con luz la sacamos y le hicimos muchas fotos caminando tranquila ella por mis manos y brazos. La explanada donde estábamos durmiendo forma parte de una isla llamada Guahibos o Carestía. Se trata de una isla muy grande. Cuando yo jugaba con la escolopendra apareció un indio que se sobresaltó al verme con el ciempiés venenoso y lo único que dijo fue: “Eso mata”.
Hay un ciempiés pequeño de unos 9 centímetros y el grande que alcanza hasta 30 y que por eso se llama “Scolopendra gigas”. Gigas, del latín, quiere decir, gigante. También se llama “Scolopendra gigantea”. Este era el que rodeó todo mi cuerpo caminando por el suelo. Su picadura es tremendamente dolorosa y si hay choque anafiláctico, cosa más bien rara, puede ser mortal. El ciempiés pequeño también es venenoso.
Sea este el momento de “sacarme un clavo”. Hay un programa televisivo creo que de National Geographic, titulado “Super humanos” o algo así. Hace poco le hicieron un programa a un colombiano al que declararon “super humano”. El hombre dejaba que las arañas caminaran por sus manos, brazos y cara. Dos médicos, que se prestaron para el “show” estaban presentes como testigos del peligroso experimento. Obviamente me dio rabia. Los manizaleños de cierta edad me recuerdan muy bien haciendo lo mismo. Fui yo quien hice el descubrimiento que así resumo: “Ningún animal venenoso pica el suelo sobre el que camina a menos que se alimente de ese suelo”. Me refiero a arañas, escolopendras, escorpiones, artrópodos en general y serpientes. En el antiguo Colegio de Cristo, en muchos colegios de Manizales, en las oficinas de LA PATRIA, me vieron jugar con estos animales. En este, nuestro periódico, me hicieron muchos reportajes igual que en otros periódicos y revistas del país. Dicté muchas conferencias sobre el tema con demostración del juego con los animales. En Manizales muchas personas lo hacen porque les enseñé. El asunto no tiene misterio, es una cuestión puramente científica. Y aquí en Bogotá centenares de exalumnos del Colegio Champagnat lo hacen también. Pacheco, Gloria Velencia y los grandes presentadores de TV me hicieron programas con las arañas y escorpiones. En 1974 Gustavo Álvarez Gardeazábal escribió “El Bazar de los Idiotas”, novela de la que soy uno de los personajes principales y toca precisamente el tema de mis arañas. Y en 1984 la novela fue telenovela. El papel protagónico femenino lo hizo la recordada María Eugenia Dávila.
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