Andrés Hurtado García
Habíamos llegado a Pucarón. En el puerto hay 5 enormes falcas cargadas de provisiones. Las falcas son enormes canoas o lanchas de hasta 20 o más metros de longitud, de madera o metálicas para transportar provisiones. Las estaban descargando. Las que vimos traían cajas de cerveza, de gaseosa, bultos de harina y tubos. Transportan toda clase de mercancías, materiales de construcción, mobiliario, vehículos, lo que sea. La mercancía no viene para este puerto, compuesto por un enorme galpón y dos o tres casas. Encontramos en el puerto a Dumar, quien me conocía de otros tiempos en Puerto Inírida cuando él trabajaba para la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Norte y Oriente Amazónico, CDA, con sede en Puerto Inírida y que abarca los departamentos de Vaupés, Guaviare y Guainía. Sucede que la sala de conferencias en forma de maloca que tiene la CDA en Puerto Inírida lleva mi nombre. Dumar muy amablemente nos dejó dormir en su galpón, lleno de centenares de cajas de cerveza y de gaseosa. El embarcadero está bastante sucio.
Las provisiones van para Mitú y vienen desde muy lejos. Allá arriba al pueblo de Calamar ubicado a orillas del río Unilla, como dijimos, llegan por carretera las provisiones provenientes de San José de Guaviare, tras recorrer 80 malos kilómetros. Estas provisiones han llegado desde Bogotá vía Villavicencio por carretera, esta sí pavimentada. Las falcas bajan por el Unilla y le caen al Vaupés, pasan por Carurú y siguen a Pucarón. Es un viaje pesado de varios días de duración. Y todavía faltan dos para llegar a Mitú. Al día siguiente Alberto Ramírez, otro amigo nos ayudó y nos ayudaría con el transporte en su camión para hacer de ida o de vuelta el paso desde Pucarón hasta Yuruparí, que son dos kilómetros de carretera destapada y en tierra roja, cargando nuestras provisiones de selva. Estos dos kilómetros de carretera salvan por tierra los dos raudales, el de Pucarón y el de Yuruparí. La existencia de estos raudales impone el descargue de las mercancías de las falcas en Pucarón, mercancías que deben ser transportadas por tierra, esos dos kilómetros, hasta el puerto de Yuruparí, el de abajo, donde deberán ser cargadas de nuevo en las falcas que allí esperan y que en dos días de navegación las llevan a Mitú. Después del viaje tan largo de una cerveza o de una gaseosa desde Bogotá hasta Mitú, el precio no debe ser propiamente barato. Así son las cosas en la selva, donde todo es caro y la vida no es propiamente fácil.
El raudal de Pucarón no tiene caídas, pero es una sucesión de remolinos y de rápidos que hacen prácticamente imposible la navegación y desde luego absolutamente imposible para las falcas; estas suelen llevar más de 50 toneladas. En una ocasión hace muchos años navegué el raudal de Pucarón en una voladora (lancha rápida), dotada de un motor que sabíamos no se nos iba a parar en la mitad del chorreón y que estaba pilotada por un excelente capitán. Yo quería sentir ese chute (como dicen) de adrenalina lo que no impidió que las llevara aquí (señálese la garganta) y que casi las masticara. (¿Okey?). Los raudales en la manigua se salvan "por un ladito". Los nativos hacen caminos paralelos al río y por ellos caen aguas abajo. Estos caminos o trochas se llaman varadores o varaderos y a veces les dicen también picas. Por los varadores se trasladan las canoas, arrastrándolas sobre troncos colocados transversalmente en el suelo y desde luego a hombros se cargan los enseres y lo que se lleve.
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