Lunes 22 de diciembre de 2014. Anoche no llovió y entre los huecos que dejaban los árboles en el dosel de la selva pudimos ver las estrellas. La noche estuvo totalmente despejada. La sinfonía nocturna de la selva es así: desde que oscurece hasta más o menos la medianoche es la oportunidad de los insectos; todos chillan y a veces, el ruido puede ser ensordecedor. Con todo, es agradable, es la vida de los pequeños seres de la manigua. Pasada la media noche parece que los insectos o se cansaran o se fueran a dormir, porque el silencio se apodera del entorno. Es un silencio solemne, que se puede palpar y que es roto de vez en cuando por sonidos extraños, a veces quejidos, eructos, algún chillido y con más suerte, algún rugido. Es ya la selva poderosa, la del misterio, la del juego vida-muerte, la garra y el aleteo, el silbido y el veneno. Es la selva en todo su esplendor, grandeza, solemnidad y peligro. Al cruzar Caño Lapa nos bañamos. Ya era hora, porque el día anterior no lo habíamos hecho. Tuvimos que espantar una babilla, o sea un pequeño caimán de tal vez metro y medio de longitud, para poder bañarnos tranquilos.
Ya dije que quizás el mayor peligro de la selva son las hormigas. Y lo sufrimos en carne propia. Hoy fue el día de las majiñas. Son unas hormigas muy pequeñas, rojas o monas, que cuando caen en piel blanca no son fáciles de ver y producen un escozor asimilable a un quemón. La picadura no es tan dolorosa como la de las abejas o avispas pero sí muy molesta y el dolor suele durar unos 20 minutos. Las majiñas se suelen encontrar en los árboles que crecen a la orilla de los caños; basta con tocar una rama donde ellas estén para sentir inmediatamente la quemazón en la cara, el brazo o donde sea. La precaución para evitarlas consiste simplemente en no tocar ninguna rama de los susodichos árboles, lo que es imposible. Tampoco sirve la precaución de ir mirando donde las hay o no las hay porque en las ramas son invisibles. En este día yo fui premiado con tres picaduras de majiñas y mis compañeros también lo fueron, unos una vez otros dos. La secuela de la picadura de las majiñas puede producir leucomas putiformes a nivel de la córnea, sin mayores consecuencias para la visión. Este último dato lo tomé de internet.
Hoy hizo mucho calor en la selva. Cruzamos tres caños y de nuevo como ayer, y como ocurriría los días siguientes, cuando caía la tarde nos preocupábamos porque no encontrábamos el caño que tuviera aguas limpias. Llevábamos 7 horas exactas de camino cuando, ¡vaya suerte!, llegamos al caño que necesitábamos. Y así, como regalo de los dioses de la selva, encontraríamos todos los días el caño preciso casi al anochecer. Con alegría comprobamos que esta parte de la selva entre el Vaupés y el Apaporis está bien conservada.
Acostumbramos en todas las excursiones llevar un libro para leer por la noche. Se trata indefectiblemente de los relatos o las biografías de los grandes aventureros. Así nos hemos familiarizado con los exploradores del África, de los desiertos de Oriente Medio y de los polos. Muchos de estos hombres y mujeres admirables fueron ingleses y entre ellos los más pertenecen a la época victoriana. El encargado de leernos todas las noches, de carpa a carpa, (eran cuatro carpas) fue Mauricio Soler, excelente cartógrafo de la CAR Cundinamarca. Y el libro fue: “La Nómada Apasionada”, biografía de la exploradora Freya Stark, escrito por Jane Fletcher Geniesse.
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