Sabiendo de mi amor por la naturaleza Chus Lago me invitó no más bajarme del avión a recorrer en compañía de Philip Kleinot, su esposo, el bosque de Vixiador que pertenece a la parroquia de Candean. Es uno de los varios pulmones de la ciudad. En uno de sus rincones, casi perdido entre la vegetación, un músico solitario había instalado su batería y se solazaba tocándola. Aunque amo los bosques y mis selvas amazónicas inmersas en "los sonidos del silencio", oír aquel músico solitario nos encantó. Con su permiso le hice algunas fotografías. Amo los profundos silencios dentro de la naturaleza y me acojo plenamente al pensamiento de Teilhard de Chardin: "Dejadme sentir la inmensa música de las cosas".
Aquello fue una entrada memorable a Vigo: era la hora del atardecer y desde la cumbre del monte se divisaba toda la ciudad, la ría y las islas Cíes, estas a contraluz, como siluetas negras, en medio de un cielo y un mar bañados de amarillo por las luces del crepúsculo. En el bosque admiramos un monumento megalítico que data de hace unos 3.500 años. Se trata de una tumba colectiva coronada por varias piedras que forman una circunferencia casi completa. El monumento se llama Mamona do rei. Como esta reliquia del pasado remoto hay muchas en los bosques y montañas que rodean a Vigo.
La vista de la ciudad desde la cima del monte es espléndida y se destaca claramente el gigantesco puente de Rande, obra de ingeniería notable a nivel mundial. Allí precisamente, en la ensenada de San Simón, en el punto donde nace o donde muere la ría, según se la mire, se llevó a cabo la batalla de Rande. Una flotilla de barcos españoles y franceses traía de América un valioso cargamento de oro, plata y perlas. Las reglamentaciones de la época no permitían descargar el oro en Vigo, sino en Sevilla. El general Manuel de Velasco comandaba la flotilla. Avisados los ingleses del valor del cargamento, enderezaron hacia la ría una flota de barcos ingleses y holandeses con el fin de apoderarse del tesoro.
Los comandaba el general George Rooke. A pesar de la entrada en acción de las dos fortalezas que defienden a lado y lado la ensenada, la de Corbeiro y la de Rande, la flotilla hispano-francesa fue derrotada; eran once naves españoles y diecinueve francesas. Ante la debacle y para impedir que el tesoro cayera en manos de los ingleses el general Velasco ordenó hundir los barcos. Uno de ellos logró evadir el cerco inglés y salió hacia la bahía; la nave se llamaba Nuestra Señora de los Remedios, encalló y se hundió en las islas Cíes y aún hoy no ha sido encontrada.
Y nació la leyenda y se suscitó la polémica. Algunos dicen que todo el tesoro está en el fondo de la ría y otros, como el historiador Xosé Ramón Barreiro, sostiene que un convoy formado por cien carretas tiradas por bueyes salió de Vigo rumbo a Madrid llevando el cargamento traído de las Indias.
Sea lo que sea, se han hecho varios intentos por sacar a flote el tesoro. Los más interesados han sido los alemanes, pero no han encontrado nada. Se dice que es por la cantidad de barro acumulado que el río entrega al mar.
Algo parecido ocurre con la laguna de Guatavita de Colombia, laguna de origen volcánico que dio origen al mito del Dorado. Allí el cacique de los indios Muiscas, que habitaban en el altiplano de la sabana de Bogotá a la llegada de los españoles, era el oficiante principal del Rito de El Dorado.
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