Walter Raleigh el caballero, corsario y hasta escritor inglés, acérrimo enemigo de España en tiempos de la reina Isabel, hizo la primera descripción del curare cuando
incursionó por las selvas de la Guyana. Más cerca de nosotros, Richard Evans Schultes, el explorador de la selva amazónica colombiana, gran estudioso del caucho y de las plantas alucinógenas, y a quien tuve la inmensa fortuna de conocer, (repetí algunos de sus recorridos por la selva) habló del curare en 1941. El veneno produce parálisis progresiva y por lo tanto muerte por asfixia. El efecto del tóxico es rápido. Los indios andaban en la selva y todavía lo hacen muy seguros con sus flechas untadas con el veneno, sustancia que dura mucho tiempo sin desaparecer de la punta de las
mismas.
Volvamos a Gumilla y a la fantasiosa y deliciosa descripción que hace el jesuita de la preparación del veneno como lo hacían los indios del Orinoco. Escogían para ello a la mujer más anciana del pueblo; sabían que con toda probabilidad moriría como consecuencia de la inhalación de los vapores del veneno.
El curare actúa por vía sanguínea pero una larga exposición a los vapores con toda seguridad hacía que el tóxico pasara a la sangre en las mucosas del que lo respiraba. Cortaban la planta en trocitos y los metían en una olla de modo que el agua los cubriera completamente. Añadían otras yerbas venenosas para darle más potencia al veneno. La anciana revolvía constantemente el contenido del recipiente. Cuando se había evaporado toda el agua y quedaba en la olla una sustancia pastosa, como engrudo, procedían a verificar si el veneno estaba listo.
Para ello llamaban a uno de los hombres de la tribu, le hacían una pequeña herida en una pierna de modo que brotara la sangre. Acercaban el veneno a la herida y si la sangre seguía saliendo (tan campante, digo yo) se entendía que el veneno todavía no estaba listo. Procedían de nuevo a llenar la olla con agua y seguía la anciana revolviendo el contenido. Al evaporarse de nuevo el líquido repetían el procedimiento. Si la sangre se detenía, significaba que el veneno ya estaba casi listo. Reiniciaba, una vez más, la anciana su trabajo. Si ante la cercanía del veneno la sangre dejaba de manar y se regresaba hacia el interior de la pierna se entendía que el veneno estaba listo. Derivados del curare han sido utilizados en la medicina como anestésico.
Estando yo en Raudal Alto de Caño Mina, afluente del río Inírida, lugar en cuya cascada tomé la foto que es portada de mi libro Colombia Secreta (Unseen Colombia, en su versión inglesa) apareció un indio que escasamente decía dos o tres palabras en castellano. Traía en la mano una pequeña copa llena con una sustancia sólida de color café oscuro. Era curare. Le ofrecí dinero, comida, algunas prendas de vestir. No quiso aceptar nada. Acertó a decir: “Esto mata, mata”.Y no me vendió ni canjeó el veneno temeroso de que yo hiciera mal uso de él matando a alguien. Como el veneno actúa por vía sanguínea y no digestiva, la presa lograda en el monte se puede comer tranquilamente. En una travesía por la selva, un indígena que me acompañaba, mató, contra todo mi parecer, un mico churuco clavándole una pequeña flecha disparada con una cerbatana. El disparo fue certero. El negro y hermoso mico cayó al suelo retorciéndose y murió rápidamente. Me negué a comer su carne, no por miedo al veneno sino en protesta por la muerte del animalito.
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